domingo, 28 de noviembre de 2010

Tamales y coyotes



Voy a aprender a hacer tamales. Se ponen los tomates a hervir, para que se puedan pelar. Se parten en cuatro los jalapeños. No se le quitan las pepitas, porque les da sabor (les da picor, más bien).

Cuando uno se quiere largar, busca a un coyote y se lo dice.

En una sartén grande se echa aceite, se ponen los chiles y cebolla en rodajas y se fríe todo junto hasta que está blandito, pero no mucho. Con sal, por supuesto. Y se le echa epazote, que es como el perejil, pero no es perejil.

Hay un coyote en cada pueblo. Él se encarga de reclutar a la gente.

Los tomates, pelados, y al menos diez dientes de ajo, a la batidora. Con un trozo de cebolla y sin agua. Se muele. Y se echa en la sartén o en la olla donde están los jalapeños. Se prueba, para rectificar de sal, y nos bebemos uno o dos vasos de agua porque aquello pica que no veas.

Te cobran unos 1200-1700 euros. Los niños, igual que los mayores.

Mientras tanto, Robert hace tortilla de patatas. Con cebolla (tenemos una discusión al respecto: me encanta la tortilla de patatas y me encanta la cebolla en todas sus maneras: cruda, crujiente, pochada, caramelizada... Pero la tortilla de patatas con cebolla no la soporto). Y con aceite de maíz.

La mayoría de las veces, alguien de la familia tiene que hacerse cargo del gasto. Suelen estar ya al otro lado.

Se coge después el paquete de maseca y se echa en un cuenco. Con bastante sal y bastante agua: la que admita. Se amasa con las manos: ha de quedar blandito. Y se le echa también manteca de cerdo. Todo a ojo.

El viaje dura mucho porque hay que atravesar el desierto.

Luego se coge el queso, queso fresco, en barra, y se corta en tiras. Se lavan muy bien las hojas de maíz, porque a veces traen gusanitos. Se pone una hoja de maíz, se le echa la masa, se extiende, se pone queso, y luego se coge un chile, cebolla y epazote de la olla de antes, la del guiso de tomate. Se llaman tamales de raja porque al chile se le llama raja.

Ocho días caminando: se duerme por el día, se anda por la noche.



Los tamales se colocan en un plato, bocabajo, con el cierre hacia abajo, quiero decir, hasta que estén todos hechos. Ahora se pone una olla alta con una rejilla, porque se van a cocer al vapor.

Cuando se llega a la frontera, toca correr y correr. La última vez pasaron todos. A veces no pasan todos.

La olla se tapa. Se puede poner una tapa o se pueden poner las hojas de maíz, que son duras, y hay que suavizarlas bajo el grifo.

Una vez dentro, ya no puedes salir.

La tortilla de Robert, para ser de un guiri, estar hecha con aceite de maíz (que cuece más que fríe) y llevar cebolla, no está del todo mala.

Si uno quiere ir a su casa para ver a su gente, tiene que volver a pagar a un coyote, volver a cruzar el desierto y volver a soportar la balacera.

Los tamales pican. Horrores, pican. Los chiles nos salieron bravos.

Aquí les esperan trabajos mal remunerados, alquileres altísimos y jornadas maratonianas.

Bebemos zumo de papaya natural (yo) y cerveza (ellos).

En el Primer Mundo, el que se quiere ir de ilegal a Estados Unidos se va en un avión y espera a que se le caduque el visado.

Escuchamos a Vicente Fernández y nos reímos.

Luego hablaremos mucho. De esos niños que están entre dos mundos: the go-betweens, los llamó John A. Riis. Saben inglés, les traducen a sus padres, que no acabaron la primaria generalmente en su país y que no aprenden el idioma, ni saben leer las notas de clase. De que mi padre se murió hace tres años y no le vi. De que a lo mejor mi marido se larga a tomar una cerveza y a echar una cana al aire, claro, mija, porque los hombres son así (no, hostias, no son así) y yo ya le he parido hijos (porque en ciertos sitios, claro, los hijos se le paren a él). De las sesiones de telenovela y las seis comidas al día frente al sofá. De los guetos. De la falta de curiosidad, porque no puede haber curiosidad si has trabajado catorce horas y luego tienes que bregar con niños pequeños. De los seguros médicos. De la falta de legitimidad que tienes para opinar porque tú no sabes qué es morirse de hambre. De las diferencias. De la integración, la multiculturalidad y su puta madre.

Donde yo vivo no hay ingredientes para hacer tamales.

11 de septiembre.

2 comentaron:

silvia.z dijo...

Me ha encantado la manera en que has entremezclado esos dos textos de naturaleza tan distinta. Buena idea y muy bien escrito también, como siempre.

Continúo viajando ¿eh?, no te pienses que no sigo esto, aunque no diga ni mu. Un abrazo.

Los viajes que no hice dijo...

Sí, sí, lo sé. Creo que el 25 de diciembre acabo de contar el viaje... :)