Cuando vi Los Persas, me descubrí tarareando El Novio de la Muerte (que no es el himno de la Legión, pero como si lo fuera) y con la piel de gallina. No lo escuchaba desde hacía siete años, pero me sé estrofas de memoria. Con el ejército me pasa lo mismo que con la Iglesia: no comprendo la institución, pero sus hombres, tomados de uno en uno, y no todos, me gustan.
La primera vez fui al Regimiento de Caballería Acorazado Alcántara número 10. Cuando me pidieron el carnet por vez tercera, me puse en medio del patio y grité mi nombre completo y mi DNI. A los gritos salió el suboficial, que era mi contacto para llevarme a otro superior y así hasta llegar al comandante Colubi, los ojos más azules del mundo, que me paseó por el patio de armas, todos desfilando, creo que tocaba recordar el desastre de Annual, y allí estaba yo, viendo carros de combate (que no son tanques: que son carros de combate), algún caballo que otro, y mirando de refilón al comandante, un cuarentón largo, con un porte de los que ya no he vuelto a ver y guapo hasta hacer daño.
La segunda vez fui a una fiesta gorda en el Tercio Gran Capitán I de la Legión. 20 de septiembre del año 1999. Después de mirar el desfile, los soldados, las cabras y los jabalíes, pedí agua y un cabo, negro como el tizón, me llevó a la cocina, al patio de armas, me dio una vuelta por todo el acuartelamiento (y os juro que es grande grande grande) y me explicó todo lo que se le pasó por la cabeza. En una puerta, había un grupo de tres o cuatro chicos, de gala, y esa conversación sí la recuerdo: "¿Y vosotros quiénes sois?" "Somos gastadores... Los que hacemos virguerías con el cetme". Pasó un capitán, que me vio delante de la puerta y me dijo: "Eso es un museo que normalmente no ven los civiles: ¿quieres entrar?".
Joder, joder, joder. Fotografías, diarios de campaña, misiones en el extranjero, documentos de la Guerra Civil a mansalva, de las batallas en Marruecos... El capitán, un hombre culto y un encanto, me iba explicando mil aspectos de nuestra historia reciente, me enseñaba partes de guerra, me dejaba libros, me hacía fijarme en determinadas fotos. Después, cuando me despedí, volví a encontrar a mi cabo negro como el tizón, nos fuimos a las casetas, me tomé dos tubos de leche de pantera y uno de Bailey's, vi a un legionario de unos sesenta años con todo el cuerpo tatuado, en la espalda una Virgen María inmensamente grande que tengo grabada en la retina, se acercó uno con un porro hecho con cinco cigarros y hay una foto que atestigua todo eso...
La tercera vez, durante uno de esos vinos de honor,
el comandante general, el máximo cargo militar de la ciudad autónoma, se paró a mi lado: "Me leo tus artículos tres veces antes de dormir. ¿Tú no podrías hablar de un bocadillo de chorizo? Porque no me entero de nada. Ahora en serio: me gustan mucho". Desde entonces tuve carta blanca en todos los cuarteles y les fui diciendo a todos y cada uno de los mandos que eran unos pelotas.
Entre esas tres veces, me chupé varias fiestas más, muchas fiestas más, y procesiones del Cristo de la Buena Muerte y más de un himno de la Legión y alguna conmemoración de Annual, de la campaña del Rif y de no sé cuántas batallas más.
Y, en medio, llegó un momento en que, cuando entraba en la Comandancia General de Melilla, no me pedían el nombre ni el carnet. Llegó un momento en que entraba sola en un bar en el que hay un cartel que prohíbe la entrada a civiles si no están acompañados por un militar. Comí de rancho alguna vez. Pasé allí mi primera Nochebuena y salimos de madrugada, por la noche y por la puerta principal, por la que nadie puede pasar a no ser que vista los más altos galones. La primera vez que lo intenté, me apuntaron con el cetme, me dijeron que ésa era la entrada reservada al comandante general y yo le respondí al soldado: "Vaya gilipolleces que tenéis". Iba todos los días allí, a ese bar, sin faltar ni uno, hasta que me fui de la ciudad. De lunes a viernes y cuando él tenía guardia.
No pasan tres meses sin que le sueñe, porque le perdí la pista y el sueño me recuerda que tengo que encontrarla...
9 comentaron:
Me daría hasta miedo leer tu comentario si no te conociera y si no llevara cuatro días despertándome y tarareando la misma cancioncita...
Vuelvo a me encuentro con que escribes acerca de un cuerpo del ejército. ¡no te puedo dejar sola!
Un saludete, un abrazo grande y un besazo, Olga!!!!
Ps. la semana que viene me voy a Londres. La depresión post-vacacional este año va a ser de órdago!!!!
Palmiralis, no tengas miedo, que soy inofensiva...
FLaC, no un cuerpo: dos. Dos cuerpos. Dos cuerpazos, jajaja (mira que me gusta provocar...). ¿Te vas a Londres? Ya te acordarás del Big Beng cuando te encierres con un montón de adolescentes hormonados... No te arriendo la ganancia de la depresión post-vacacional, ciertamente...
Salúdeme a Dickens, si lo ve.
Me acuerdo perfectamente de tu primera juerguecita en la Legión. Paco llegó asustadísimo al periódico, pensaba que te habían matado, o violado o las dos cosas. Y te echó una bronca monumental cuando llegaste, pero tú pasabas...Con lo que tenías en el cuerpo como para que te importara... Y te tuve que soltar la chapa para que Paco se relajara, en plan,'paterno-machista', que de eso había mucho en Melilla y de vez en cuando había que disimular como si te importara...
Pero, la verdad, aunque me llegué a preocupar (fueron cinco horas desaparecida) lo que hice luego fue reírme mucho, mucho... Eso sí, eres pelín peligrosilla, ¿eh?
No soy peligrosilla. Lo que soy es una inconsciente...
Pero el culpable de que me quedara fue Paco. Aviso a navegantes: este Paco no es el mismo que "mi" Paco-soldado. Este Paco que me arrastró a una fiesta de la Legión es fotógrafo, el fotógrafo más borracho a este lado del Rif, el mismo Paco que me dio el chivatazo de la detención de un camión de inmigrantes por el que me perdí el concierto de Celia Cruz, el mismo Paco que llegaba siempre tarde y mal, pero llegaba y hacía la foto y la foto era buena. Yo quería matarle la mitad de los días, pero ahora lo recuerdo como un personaje tan entrañable...
Me alegro de que tu relación sea buena y de que alguien diga algo en favor del Ejército (bueno, de sus hombres). Nos quejamos de los prejuicios, pero luego...
Yo es que procuro no tenerlos. Prejuicios, digo. Ni con el ejército, ni con la Iglesia, ni con cualquier otra institución. Bueno, hay alguna que sí me resulta especialmente antipática: algunas sectas católicas protegidas por los dos últimos Papas, por ejemplo. Esto... He dicho que procuro no tenerlos. No que no los tenga, ji.
Pues a mí Paco me resultó entrañable desde el principio. Si es que es un cacho pan...Creo que se casó, por cierto... Y le regaló a mi hermana unas fotos de los edificios modernistas de Melilla (imagínate quien las pagó realmente) preciosas, que ni yo las tengo.
Ays, qué buenos recuerdos (es lo bueno del tiempo, que lo malo se diluye...).
Paco es entrañable. Tú sabes: a mí los crápulas borrachos me encantan... los crápulas borrachos con pinta de perdidos... porque el Paquito estaba más perdido... ¿Se casó? Mejor no pregunto con quién...
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