Iba todos los días allí, al bar de altos mandos de la Comandancia General de Melilla, prohibida la entrada a civiles solos excepto a mí, que me tomaba un café de lunes a viernes y algún día festivo de servicio, de guardia.
Él iba a mi trabajo una vez por semana, a redactar el Puerta de Santiago, varias páginas de periódico militar, una noticia tras otra con fotos y artículos. Venía con dos compañeros, los tres de uniforme, callados, serios -tímidos, eso lo supe después-. Un día pregunté quién llevaba Prensa en la Comandancia, yo había pedido Defensa para evitar que se ocupara de esas noticias cualquier exaltado promilitarista, y mi compañera Pilar se rió: "Mira, te voy a presentar a mi marido, Paco". No me fijé en él hasta entonces. Pelo castaño rojizo, alguna cana, ojos azulísimos, 34 años -yo, 23-, labios carnosos, bien dibujados, dientes perfectos, una sonrisa estupenda. Una semana más tarde lo llamé, pásate por aquí, y no sé cuánto tiempo transcurrió, pero fue poco, hasta el rito de los cafés diarios. Paco, Ricardo y Jáuregui fueron mis tres hombres de Melilla, los que me salvaron la vida aunque me llevaran once y 19 años, y fueron importantes y definitivos.
Le tengo cariño a dos Cuerpos del Ejército. Uno es Caballería, el Regimiento de Caballería Acorazado Alcántara número 10, Francisco Sánchez Nicolás, primero alférez, después teniente, la voz de tela, los ojos azules y grandes, el cuerpo preparado para el abrazo cuando yo quería, y sólo cuando yo quería, porque el contacto físico nunca ha sido el fuerte de ningún soldado. El teniente Nicolás, murciano, ordenado, serio, cariñoso, dulce y el hombre más bueno que he conocido.
En su departamento había cinco o seis más. El capitán Salas, otro teniente del que no recuerdo el nombre -con la cantidad de cafés que me he tomado con él- y un sargento de la Legión, que había escogido a Jesús para Prensa porque es capaz de acertarle a un gorrión entre los ojos a 500 metros. Nunca vi la relación, pero me alegro, porque ahora no está en mi vida, ni sé qué ha sido de la suya, pero si recuerdo su cara y su manera de mirarme, descubro que sigo sintiendo lo mismo, el mismo amor, la misma admiración rendida y sin condiciones.
Le tengo cariño a dos Cuerpos del Ejército. Uno es Caballería. El otro es la Legión. El Tercio Gran Capitán I de la Legión, porque la Legión es Jesús. Un armario empotrado, el primer premio en tiro en cualquier concurso, casado, dos niñas, 27 años -yo, 23-, rudo, muy serio, muy tímido, muy perfeccionista. El emblema legionario y la bandera de España como salvapantallas del ordenador, la concentración plena en el trabajo y una insignia, el cetme, la ballesta, cruzados, que me regaló el día de Nochebuena del año 1999. Jesús es el silencio. Jamás me he trabajado a nadie como a él, ni he defendido a nadie como a él, porque era callado, porque era serio, porque nadie comprendía cuál era mi relación con ese tipo grande que era el arquetipo de soldado bruto y porque no me entendía, pero me escuchaba.
Me escuchan muchos. Me han escuchado muchos. Pero nunca nadie con ese esfuerzo, con la misma clase de concentración que utilizaba al disparar, al maquetar una página, al dibujar un escudo. Los ojos abiertos, sin preguntas, yo hablando, un apretón en el brazo, una mirada. Jesús no iba a ser nunca, yo lo sabía, un discurso acertadísimo y articulado, pero era unos oídos, un gesto tímido de cariño, unos ojos casi negros, una atención constante y un dejar de trabajar cuando yo aparecía por la puerta. Y después fue un desahogo lento, un qué te pasa, media hora de silencio hasta que comenzaba a hablar, una caricia en el hombro y muchas palabras entrecortadas porque la palabra nunca fue su terreno.
Desde que me fui y les perdí, sueño con Paco y Pilar cada tres, cada seis meses. Y, cuando despierto, vuelvo a acordarme, siempre, de Jesús.
8 comentaron:
Vente pa Londres, tía. El vuelo sale el 11, vuelve el 16 y en el albergue (es la clave pa viajar tanto, de tiraillo) aún hay sitio.
Ya me gustaría a mí, ya... Pero me temo que tendrá que esperar: no tengo vacaciones hasta septiembre, que es justo cuando tú las acabas...
Estamos condenados a no encontrarnos, niño...
Niña, ¡qué diferentes Melilla vivimos! Pero, ¡qué intensas las dos!
Creo que jamás me desprenderé de la menlancolía de una ciudad que me hizo adulta, que me dio grandes amigos, fantásticos conocidos y que nos enseñó tanto, tanto, tanto.
Este año buscaré a Paco y Pilar y les diré que les sueñas...
Yo intento buscarlos, pero llamar a la Comandancia General de Melilla para preguntar por alguien con quien no hablo hace seis años, me da vergüenza... Por eso se lo he pedido a J. Andújar... Pero no me ha respondido, el muy...
Melilla fue determinante. Para muchas cosas.
Búscalos.
Ya le echaré yo un rapapolvo al andújar, es que está muy liadillo el pobre. De todas formas, como voy a ir, porque este año voy o voy, te prometo que los busco, los encuentro y os pongo en contacto...Que lo que yo me proponga, tiemble el mundo.
¿Harías eso por mí? ¿Sí? Sí, sí, sí... Gracias, gracias, gracias...
Por supuesto que lo haré. Ahora sólo tengo que localizar a la E. Buendía para comprar los billetes y poder buscarlos de verdad.
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