Hoy es el cumpleaños de Robert y me invita a desayunar. De hecho, me hace el café él mismo, en Legal Grounds. Hablamos de libros, me recomienda la Strand y decido que hoy recorreré el SoHo. Va a hacer 35 grados. Con humedad. Va a ser divertido caminar por Nueva York en esas condiciones, con cinco kilos de más encima (y los muchísimos que arrastro yo de cosecha propia). Lo bueno es que en esta ciudad hay un bar en cada esquina.
The Cable Building.
The Bayard Condict Building.
Ahora escribo desde McNally Jackson Books, una librería encantadora con baño y café. Los edificios del SoHo son más altos de lo que yo pensaba, pero es un barrio muy bonito. Hay edificios preciosos: yo he anotado unos cuantos. Comienzo por el Bayard Condict Building, en el 65 de Bleecker Street. Los construyó el maestro de Francis Lloyd Wright, Louis K. Sullivan: es el único suyo que hay en la ciudad. Se suceden las tiendas de ropa, jabones, bolsos maravillosos, marcas y más marcas en los bajos de esas construcciones de hierro colado. Los hay pintados de gris, de azul, de verde. Las fachadas tienen detallitos en altorrelieve: angelitos, sobre todo: caritas gordas de querubines. Es curioso, porque en la calle de Robert, no son querubines, sino vikingos. Se está muy bien aquí. He pasado por la tienda de Apple y he usado un iPad. Mis amigas me dicen que escriba mucho. Yo sólo mando un correo, para contarle a alguien que soy agua y que la ciudad me está cuidando muy bien. Eso sí: ya sé que todo toma el doble de tiempo de lo previsto, que las calles son inmensamente largas, que sólo podré ver pequeños pedacitos de cada barrio. No podría hacerme una idea de cómo se vive aquí por más tiempo que pasara. Cuando caminaba por el SoHo, a mi lado ha pasado un chico llorando. A moco tendido. La gente cruza por las calles con el semáforo en rojo, los coches hacen sonar la bocina a cada rato y los bares son un pequeño oasis de tranquilidad. Yo escribo a mano: todos los demás son maqueros. Y hablan por el móvil a todas horas, pero veo a muy poca gente acompañada. Tampoco es raro ver a alguien comiendo solo: los hay que se suben a los poyetes de las ventanas o que comen un poco de sushi en Dean & Deluca, de pie. Yo tengo por norma no comer de pie, así que lo intento en dos sitios y luego me meto, para variar, en el primero que veo: Jacques Bistro, se llama. Hamburguesa de salmón. Tengo un hambre canina y además voy muy cargada, porque de la McNally he salido con la Guía de Arquitectura del AIA y con un libro de Cartier-Bresson para Robert. Me ha encantado este lugar.
McNally Jackson Books.
Podría ser un buen sitio para vivir, el SoHo. Hay una tienda preciosa con cuadernos, tarjetas y papeles de todas clases. Papyre, se llama. Luego veo Sur la table, que es realmente -Bea tenía razón- como para volverse loca. A mi favor tengo que no puedo calcular cuánto dinero hay en mi cuenta y que ya llevo suficiente peso. También paso por la tienda del MoMA y me enamoro de unos reposapalillos a por los que luego iré si no son muy caros (ACLARO: sí que lo eran): hay utensilios que no sé ni para qué sirven. Antes de comer he estado leyendo la guía del AIA: si fotografiara todos los edificios de la ciudad, tardaría años. Sí me detengo ante el Haughwout Building, gris también, con sus columnas: el primer edificio con ascensor de la ciudad.
Map Floating.
Creo que si sigo a este ritmo me voy a quedar sin pies. Desde el café veo Broadway: sus mil tiendas: Dolce&Gabbana, GAP, Levi's. Me asombra la cantidad de niños guapos que hay en este lugar: no de tíos buenos, que también, sino de niños guapos, con facciones más que correctas. Eso sí: Nueva York tiene algo muy negativo. Mucho. Sudo tantísimo y bebo tantísima agua que paso por un sinfín de pastelerías apetitosas (alguna con reseña del New York Times incluida contando que tienen la mejor tarta de chocolate de Manhattan) y ni me detengo. A este paso, los únicos dulces que voy a probar van a ser los muffins del Legal Grounds. Y también sé que voy a tener que venir a Nueva York muchas más veces, porque son las cinco y media de la tarde y yo ahora mismo me iría a dormir hasta mañana.
Dos nuevas paradas. Tres: en Armani Exchange, en la que no duro ni tres minutos (la música es un chunda-chunda atronador y la ropa es made in China); en Kate`s Papier, también lleno de cuadernos deliciosos y en Papabubble, donde hacen caramelos artesanos. Me paro en el Caffe Roma después de comprarle un botecito a Robert. Ya pueden estar buenos: los venden a precio de oro. Estoy en Little Italy, ya he pateado el SoHo (aunque debe de haber infinidad de edificios hermosos que no he visto), me he parado en no sé cuántas galerías de arte, me he dado cuenta de que también hay que mirar al suelo (porque sólo así se ve el Subway Map Floating de Françoise Schein), sonrío ante ciertos lofts y pretendo no levantarme de aquí hasta que mis pies descansen. Que eso puede ser mañana por la mañana.
1 de septiembre.
7 comentaron:
A mí el SoHo me enamoró, sobre todo sus tiendas vintage a las que no pude entrar por el horario (y menos mal, porque tampoco me quedaba dinero y no era plan de tirar de la visa)..
Se me olvidó poner el aviso...
A mí también me gustó muchísimo. Las tiendas, las casas, los lofts, las galerías de arte...
Eso sí: si tengo que elegir uno... Ay, no: no puedo elegir uno. TriBeCa también me enamoró, el Greenwich también, el East Village es maravilloso...
Nueva York es para vivir años e irte mudando
jo, qué recuerdos.
Yo si tuviera que elegir, supongo que me quedaría a vivir en el Midtown, para ser completamente anónimo... o en Brooklin, para tener los bares y los conciertos indies a dos pasos. Tengoquevolver, Tengoquevolver, Tengoquevolver, Tengoquevolver, Tengoquevolver, Tengoquevolver, Tengoquevolver, Tengoquevolver, Tengoquevolver, Tengoquevolver, Tengoquevolver,
¿Por qué no cambias el título al blog y le pones algo así como "los viajes que ya he hecho"? Ya estuve una vez en Nueva York pero viendo y leyéndote dan ganas de volver.
Un beso.
FLaC, yo también tengoquevolver...
alelo, porque me quedan mil viajes por hacer... :)
Publicar un comentario