Es sábado. Creo que he despertado a Robert, pero ahora estoy esperándole en Legal Grounds. Mi ardilla sí que ha aparecido hoy. Las temperaturas han bajado drásticamente: no hay ni rastro del huracán, mañana hace una semana que estoy aquí y ya sé que no voy a ver ni la mitad de lo previsto. Y descubro que no me importa, que no siento ninguna urgencia, que esta ciudad que se mueve a mí me calma y que yo no he nacido para estresarme.
Además, creo que va a ser un día tranquilo. Robert se ha metido tras la barra a echar una mano. Dice que le relaja. Que luego desayuna y nos vamos. Yo le he dicho que se lo tome con calma, que no me importa, que yo escribiendo en el jardín del Legal Grounds estoy muy feliz. Hoy hay mucha más gente. Es un sitio especial este bar tranquilo, con su bandeja de mil muffins diferentes, sus bagels crujientes y riquísimos, la charla diaria con los niños: llegar y contar qué hice ayer, enseñar las fotos, pedir un café distinto cada día, observar cómo lo tuestan, las cafeteras, los tarros con los granos verdes y marrones de decenas de sitios distintos.
Hay locales acogedores en este país. En estas dos ciudades en las que pienso siempre como si fueran una, que a ratos son un caos y a ratos se despejan, en las que se aprende rápido cuándo los semáforos se van a poner en verde (que aquí es blanco) y en los que siempre te responden a las preguntas (Excuse me, sir, I'm looking for...) con una sonrisa. Robert sale:
-Ahora vengo, que están tardando en hacerme el bagel.
-¡Es sábado!-respondo-: ¡Nada de estrés!
Creo que ahora comprendo por qué la gente viene una y otra vez a este lugar. Este sitio nunca se termina de conocer del todo. Nunca vas a poder decir eso: conozco Nueva York. Puedes haber pateado sus calles mil veces, haber recorrido Richmond Road para ver a una mujer de rodillas cuidando de su jardín; haber esperado pacientemente a que la marea humana de Times Square guíe tus pasos hacia la calle 33; haber hablado con un chaval en Book & Cafe de fotografía; haberte fijado en todos los edificios del SoHo para descubrir que la reina, siempre, será más guapa que el rey o haber observado mil veces cómo el sol te devuelve los reflejos de los cristales de Manhattan desde el ferry de Staten Island, desde el Liberty State Park de Jersey... y no podrás decir que conoces Nueva York, porque Nueva York, pienso, es una ciudad de vidas, más que de monumentos. Más, mucho más, que de parques, edificios históricos, estilos arquitectónicos de los que no habías oído hablar nunca porque son una reinvención de los europeos (renacentista francés, Greek revival), teatros y plazas. No hay una masa informe de gente con caras de nada, sino un sinfín de expresiones distintas: los obreros tomándose un bocadillo y riendo a las nueve de la noche en la Zona Cero, el policía que te dice que esperes y saca su iPod para indicarte mejor una dirección; el entusiasmo de un señor que frisa la sesentena en Midtown Comics; el repartidor que te ofrece un periódico gratuito con una sonrisa; los turistas haciéndose fotos con la Naked Girl que te arranca una carcajada; la chica rubia fotografiándose a sí misma con el móvil y atusándose el pelo; el chaval que intenta ligar con otra chica rubia y muy poco vestida en la estación del Path; los vendedores de Chinatown recogiendo los puestos de pescado por la noche; la basura lista para recogerse en las aceras y el operario del camión que te grita que pases tú primero y todos los deseos, Have a good day, como una premonición.
Have a good day. Los tengo. Los estoy teniendo. Todos los días.
4 de septiembre.
2 comentaron:
Es la mejor manera de viajar.
Y de contarlo.
Me lo pasé muy bien, la verdad. Hice cosas que, generalmente, los turistas no hacen...
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