Se anuncia un huracán. El cielo sobre Manhattan está gris y caen rayos. Pero el viaje de regreso (con el agua picada, el olor a salitre, el viento fuerte) me hace disfrutar muchísimo. Manhattan se ve bajo esa luz difusa, a ratos brumosa, a ratos muy brillante, que sólo dan las tormentas y ver el perfil de Jersey City también me gusta porque ahí está mi casa y porque me encanta la vista desde el Liberty State Park.
Acabo comiendo Spicy Chicken & Fried shrimp en el puerto, a las siete y pico de la tarde, muerta de hambre. Al menos, en el Book & Cafe me he tomado un pedacito de tarta casera de fresa (a 2,50: esta gente de la comuna no se va a hacer rica) que estaba exquisita. El pollo, las gambas y el arroz también están buenos, pero creo que es más porque estoy realmente desfallecida.
Se supone que estoy al lado del puente de Brooklyn, pero no lo veo por ninguna parte. Y además no sé si va a estar cayendo el diluvio universal cuando salga a la calle...
3 de septiembre.
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