-Prueba apple cider-, me dice Robert.
Invertí un día entero en el Greenwich Village. Aún no me explico cómo hay quienes pueden ver tanto en tan poco tiempo, a no ser que tengan una ruta muy definida y no callejeen tanto como yo. Hoy planeo Flatiron y Garment Districts porque hay mercado. El cielo está encapotadísimo, perfecto para las fotos y creo que antes de irme me pasaré por el puerto para dispararle al perfil de Manhattan. Me ha salido una ampolla en el pie derecho, así que supongo que iré más lenta. Mientras tanto, desayuno en el Legal Grounds, hablo con X (como todos los días) y me cuenta.
Qué duro es vivir, a veces.
Mi ampolla catedralicia (por el tamaño) y yo nos dirigimos al Union Square Greenmarket de los miércoles, jodiéndonos cordial y mutuamente. Aprendiendo a convivir. Ejerciendo alguna su dictadura, porque no se me ha ocurrido pasar por el puerto. Esto es un mercado al aire libre, de los que a mí me gustan, con los productores locales vendiendo, carteles de información de dónde están las granjas (aquí lo local es, más bien, a dos horas en coche a la redonda) y folletos aclaratorios: no usamos pesticidas, no usamos transgénicos, zumos libres de azúcar. En Union Square también hay mesas para que mi ampolla y yo nos sentemos un rato y se me acerquen las palomas, y cocineros comprando verdura. Frutas, dulces, quesos, flores que no había visto nunca y un joven hindú leyendo un best-seller al que debería hacerle una foto porque tiene una cara interesantísima...
Estoy sentada enfrente de la escultura que hizo Henry Kirke Brown de Abraham Lincoln. Tomándome un apple cider frío, zumo de manzana del Hudson Valley, entre edificios imponentes con depósitos de agua en el techo. Hay tantísima gente en la calle que parece que ningún neoyorquino trabaja. Ayudo a una mujer a meter sus bolsas en un carrito. Antes, en Jersey City, una agente ha cruzado conmigo la calle. Son eso: agentes que te ayudan a cruzar la calle, porque ya ha comenzado el colegio y los escolares caminan por ahí con sus mochilas. Ayer vi a muchos jóvenes en el edificio de bienvenida de la New York University: son iguales, en todos los sitios: con esa sensación de que el mundo es abarcable, de que es algo que cabe en la palma de la mano, y no una cosa inextricable que al final vas construyendo con los escombros que puedes arrastrar por ahí. Ahora pasan unos 20 pequeños, con sus profesores. Vienen a jugar al Evelyn's Playground de Union Square. Todos son rubísimos, uniformados, ellos y ellas: pantalón negro, camiseta burdeos, con un escudo en dorado. Qué buena manera de pasar el recreo, jugando en el parque con otros niños.
El cielo se ha despejado y el sol me hace guiños entre las hojas de los árboles.
Cada día me gusta más esta ciudad.
8 de septiembre.
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