domingo, 24 de octubre de 2010

Irish Hunger Memorial

Vuelvo a ver el Hudson. Por la tarde camino sin rumbo por la Zona Cero, viendo las grúas, hoy paradas, observando a los turistas que hacen fotos, sonriendo porque la gente se cruza contigo y te sonríe. He llegado a un monumento, que no aparece en mis mapas aunque creo haberlo visto reflejado en otra parte, un monumento irlandés. Es una especie de parquecito en ruinas, un laberinto de muros y bajos y parcelas de hierba, al que se accede por un pasillo en el que hay escritas muchas palabras sobre el hambre: una megafonía las repite, como una salmodia. Es el Irish Hunger Memorial, de Brian Tolle, que construyó con piedras de cada uno de los 32 condados irlandeses y que simboliza las casas y los patatales abandonados cuando la hambruna de mediados del XIX, que tanta gente llevó hasta Estados Unidos y hasta Nueva York concretamente: recuerdo el libro de Brendan Beham, Mi Nueva York, hablando sobre ellos, tan divertido.


Irish Hunger Memorial


Luego voy caminando hacia el Winter Garden, que perdió todos los cristales durante los atentados del 11-S y me imagino el estruendo y el miedo. Creo que voy a estar lejos de la Zona Cero el 11 de septiembre: no me apetece inmiscuirme en un dolor ajeno que precisa de intimidad y no de un puñado de turistas observando. Creo que pasé demasiado tiempo cubriendo sucesos (un año es demasiado) y despreciando la desaparición de esa línea diáfana, antes, que establecía qué era público y qué privado. Las lágrimas son privadas. El recuerdo de un amigo, de un familiar, de un amante muerto, también lo es. No se puede compartir el dolor si no se conoce a nadie.



En todo eso pienso mientras camino por el Winter Garden y luego por el parque, con el río al lado, los barcos, los chavales que caminan sobre las ruedas de un monopatín, las bicicletas que sortean a los peatones (y a los coches, en las carreteras: qué valor tienen estos neoyorquinos), el sol iniciando el camino lento hacia la noche. Cuando cae la noche, generalmente llevo horas caminando, acabo metiéndome por las calles más desiertas y no hago fotos porque no me apetece sacar el trípode. Estoy siendo de lo más precavida cuando oscurece (tampoco demasiado: se supone que es mejor no andar por el Financial District de noche y yo me lo pateé entero sin darme cuenta de que estaba en él hasta que salí) porque no me apetece llevarme un susto y porque me conozco: ya había caminado varias veces por la Cañada de la Muerte cuando mis amigos me advirtieron de que ni se me ocurriera ir por ahí y lo mismo me pasó con la Torre de los Perdigones en Sevilla. Si el sur del Bronx estuviera en Manhattan, fijo que yo acababa deambulando por ahí. Ejem: quien dice "de madrugada" dice a las nueve, que ya es de noche cerrada, porque a la madrugada nunca llego. Es el único inconveniente de viajar sola: que una no se va de bares y que a las diez suspira por meterse en una cama.

Winter Garden.

6 de septiembre.

3 comentaron:

migrante dijo...

Tu relato hace que uno recorra, nuevamente, esos lugares contigo, gracias :)
Bso.

Nodicho dijo...

Hace años estuve en Irlanda, y una profesora nos habló de la hambruna que mencionas, sobre las patatas y la situación de los irlandeses, por alguna razón se me quedó grabado.

Los viajes que no hice dijo...

Migrante, muchas, muchas gracias.

Cable, yo lo estudié en Historia, en BUP, pero ver las piedras de los condados irlandeses y escuchar esa salmodia te hace pensar mucho en cómo tuvo que ser...