Estoy enamorada. Estoy tan enamorada que voy a comer con vino, para celebrarlo (es la primera vez que bebo sola) en el Funayama, un restaurante japonés con sushi de la calle Greenwich, al lado del Jefferson Market. Una copa de Chardonnay acompañada de un sushi magnífico: quien diga que no se come bien en esta ciudad es que no sabe buscar (tampoco es que yo sea demasiado exigente). De postre, me acaban de traer una naranja ya cortada, jugosísima y muy rica, con ese punto de acidez que me gusta a mí. Mientras acabo mi copa de vino, escribo y sonrío: a mi lado, los trabajadores del restaurante están comiendo: pescado (parece dorada o lubina) con un cuenco de arroz. Qué maestría con los palillos, que a mí me parecen los cubiertos más difíciles de utilizar. Cuando acabo de comerme la naranja con las manos, veo que hay un palito de madera debajo. Han debido de pensar que soy una cerda: más que nada, porque yo el sushi acabo comiéndomelo con las manos también.
Me quedan nueve días en esta ciudad. Nueve días pequeñitos, sin horas suficientes, sin tiempo para acariciar a Boule a todas horas, para hablar más con Robert, para pasear por las calles de Manhattan como si realmente viviera aquí. Me quedan nueve días y un concierto de Sonny Rollins y un fin de semana largo por delante y la morriña de la despedida, que va a ser muy dura. Decido después la ruta, con el último trago de vino: Perry y Bank. Allá vamos.
7 de septiembre.
2 comentaron:
Qué gozada de artículos nos estás dejando de ese viaje...
Gracias, guapo.
Me lo pasé maravillosamente bien...
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