martes, 13 de octubre de 2009

Esto es una casa

Hubo un sitio en el que las rupturas se solventaban a base de partidas interminables de parchís y un tubo bien lleno de Marie Brizard con hielo. Keanu Reeves estaba como un queso, de vez en cuando venía un tipo que nos hacía el café y, cuando no estaba él, lo servía la última que llegaba. En ese lugar lloramos, a veces, y nos reímos más veces aún. Allí comenzaron los sinsabores laborales, las primeras etapas de paro, los desahogos por los múltiples trabajos de mierda y la conciencia de que estábamos juntas.

Luego hubo más. Una habitación diminuta, con un Zorrilla colgado en el salón (en Canadá vi uno, se me olvidó decírtelo: un Zorrilla auténtico, que me hizo soltar una carcajada. No sé si mi acompañante lo entendió: hay cosas que sólo vamos a entender muy pocos) y un baño que se estropeaba cada dos por tres, estilo década de los 60, quitándole años. Otra habitación azul y un sofá de cuadros azules y amarillos del que no me levantaba en todo el fin de semana. La terraza desde la que mirar las estrellas. Las charlas interminables. Las revistas. Y un piso más abajo, todos compartidos. Pero míos, también. En una de esas terrazas me pasé dos meses estudiando un examen que luego, mucho después, muchísimo tiempo después, me permitió llevar cultura. Sabía dónde estaban las pinzas de depilar, los tampones, el detergente, el café, la cafetera, los macarrones y el papel higiénico.

Luego se fue. Al principio era la casa de él, muy poco a poco. Un cepillo de dientes, una muda, una camiseta. Había dos cestos preciosos para la ropa sucia, un cuadrito en el cuarto de baño y un puf que fue mi asiento. Después fue el lugar de las partidas interminables de Monopoly hasta las seis de la mañana, de las botellas de vino compartidas, de las reuniones cuando otra de nuestras ellas venía de Francia, del ron con Coca-Cola, de las cenas opíparas que él cocina como nadie, de las actuaciones de Carnaval, de una voz cantando a todas horas y del afán por aprender a tocar más instrumentos y ver películas.

Ahora se ha vuelto a mudar. He pintado de blanco alguna habitación de esa casa, he limpiado pegotes del suelo para que pusieran la tarima, la vi sin muebles y le conté la historia del nombre de su calle. Pero hasta el fin de semana pasado no la había visto terminada. En la cocina está la cafetera roja que le regalé cuando se casó. Y en el baño los cestos metálicos y de madera para la ropa sucia. Y el cuadrito. Sonreí cuando lo vi: eran reconocibles. Todavía faltan los libros, hay cajas en el cuarto verde que sirve de vestidor y el ordenador ya está en su sitio. La casa es de colores. Como ella, que me vuelve de colores a mí. Lo supe cuando entré: lo demás eran pisos. Esto es una casa. Con sus cuadros dominicanos en el salón, el rojo centelleante de los muros y un metro siempre a mano para comprar los muebles.

“Pensé que te ibas a entusiasmar”, me dijo. Pero qué quieres. Yo soy lenta y ya sabes que no me oriento. Y eso me pasa cuando me mudo. Tengo que acostumbrarme a que voy a vivir en otra casa a partir de ahora.

Esta casa no es la suya, por supuesto: es una réplica de la casa de Los Simpsons.

4 comentaron:

Isabel Sira dijo...

Es genial cuando un piso se convierte en casa. Da igual que sea en propiedad, de alquiler, prestado, pero es genial cuando encuentras tu casa... A ver cuándo nos toca a otras :D

Anónimo dijo...

Hecho de menos el Zorrilla!!! Igual pongo uno, jaja. Claro que un Zorrilla sin Juli no es lo mismo.
Me encanta que te encante mi casa.
Te quiero amor!
Pupe.

Leicca dijo...

Sólo decirte que llevo 6 de Mad Men, y que roza el límite de lo excelente. Algunas escenas son brillantes. El segundo capítulo te da mucha energía: te das cuenta de que hay gente que ve y sabe contar. (A ver cómo avanza el tema, porque yo creo que empiezan "demasiado altos".)

Thanx!!

Los viajes que no hice dijo...

Arwen, sí que es genial. Yo creo que tengo lo más parecido a una casa. El problema es que no me caben los libros. Si tuviera todas mis cosas conmigo sí que sería una casa. Aunque creo que para meter todos los libros necesito un chalete...

Pupe, el Zorrilla, el Ruperta... Ay, qué de cuadros, en todos los sentidos.

Leicca, si es que tengo un paladar...