Esta Semana Santa hace quince años que nos conocemos. Fue durante una Pascua, en Burgos, en la que pasamos cuatro días juntas casi sin hablar. Le mandé una carta -en aquel entonces, la gente conocía la letra de los amigos-: un par de folios que no decían mucho y ella me respondió, mucho más abierta, mucho más expuesta. Nos sostuvo el servicio de Correos durante años, hasta que nos dimos cuenta de que vivíamos en el mismo país, a 400 km, de que existían las carreteras y de que podíamos reencontrarnos.
Viene el domingo y cuento las horas. Ha venido a cada sitio que he habitado, excepto Valencia de Alcántara. Ha estado en Almería, Granada, Sevilla, Badajoz, Melilla, Mérida. Nos fuimos a Lisboa, otra Semana Santa.
Hemos creído y descreído a la vez y hemos sufrido las mismas decepciones. Dormir a su lado -deja de leer, carajo, que son las tres de la mañana- es uno de los placeres de mi vida. Observar cómo se utilizan los espacios en las ciudades también. Oírle la voz. Que me lea. Grabar todos sus discos. Revisar los títulos de los nuevos libros de su biblioteca. Ver exposiciones. Ir a un concierto. Emborracharnos. Reírnos de las mayores idioteces, de nuestras carencias, de nuestros miedos. Admirarme de su inteligencia, de su sensibilidad y de su hondura cada vez que abre la boca. Saludar al otoño, todos los años. Ir a varias librerías durante la mañana, como una peregrinación. Compartir un cuscús. Llegar completamente pedos a casa y no parar de hablar. Resumir lo que soy en tres palabras y saber que ella siempre me verá mejor. Fumarnos el porrito de antes de dormir, que al final es más de uno. Recordar el íntimo significado que tienen para ambas los conceptos de pobreza y comunión. Plantearnos el compromiso. Sentir vergüenza y hastío y cansancio por las mismas cosas. La ternura que soy cuando la veo. Y poder abrazarla, besarla en la boca, reconocerme y saber que así pasen otros quince.
La quiero por eso y por un gesto.
Hablábamos un día. Paseábamos por Madrid. No recuerdo cuál fue el tema de conversación, pero sí que le dije:
-Imagínate que tú me pones verde a mí.
Me miró, los ojos redondos, y abrió la boca para decir algo, pero no pudo.
Tenía la mayor cara de asombro que le he visto jamás.
Imagen de Asturtom.
5 comentaron:
¡Disfruta de esa visita como de la que más! Y haz cosas que normalmente no haces. Y ríete, emborráchate, habla, fuma porros, abraza, besa y achucha.
Y después márchate a Canadá recordando lo que también tienes aquí.
las mitades son así y la vida tiene mucho más sentido cuando son y cuando existen.
a ver para cuando esa cañita o vino o lo que sea!
Qué suerte teneis las dos.
Todo eso que cuentas tan bien es algo que los hombres heterosexuales no tenemos cojones de hacer. Y no será porque no nos atrevemos a besarnos en los labios (con cierto asco), dormir juntos (algo apartados)... pero nunca somos así, uña y carne. Casi pero no. No somos pareja, vamos.
En Estambul vi como los hombres iban cogidos del brazo, hablando mientras caminaban. Parecía muy acogedor.
La infancia de los hombres tiene que volver: yo a los 7 me acostaba desnudo con mi primo y nos pellizcábamos el culo muy ufanos. Eso a mi abuelo, que entraba con la correa en ristre, no le parecía de recibo.
A nosotros nos encantaba. Y no éramos los únicos, solo lo pusimos de moda. ¡¡Al final nos uníamos unos 6 ó 7 primos y primas en una misma cama, saltando, desnudando y pellizcando!!
Qué envidia, de la mala, O.
Random, la estoy disfrutando, te lo aseguro... Y todavía me quedan dos días enteros...
Vainilla, cierto: las mitades son así y yo tengo a dos de mis mitades lejos... Y carajo, que desde invierno no nos vemos, tú y yo. Cañitas tú, vino yo. Cuando quieras. Lo hablamos con Palmiralis y ella te localiza...
Princesa, sí: y lo sabemos.
Wagnerian, algunos de mis amigos heterosexuales sí se besan en los labios, sin ningún asco... O se besaban, en la época rebelde de la Facultad... Ay, qué tiempos aquellos. Al final voy a comenzar a pensar que a los tíos, afectivamente, os educan muy mal. Mucho porno, mucho porno, pero a la hora de la verdad, cero patatero en expresión de cariño... Nos hemos olvidado de cómo ser tocados...
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