El año pasado me regalaron un cactus y una orquídea. La orquídea me duró un mes, a pesar de mis mimos -le compré abono, la regaba como me dijeron en la floristería... Quiero pensar que no aguantó los rigores del verano y no que fui yo quien la maté-. El cactus me dio dos flores de un día que se comió un langosto a las seis de la mañana y, como vi lo que le pasó a la orquídea, yo lo he tenido todo el año a la sombrita, pobrecito, para que no pase calor y no se me muera y lo he regado, religiosamente, una vez por semana.
Este año no ha echado flores y, además, tiene una forma de pepino impresionante: ¡va buscando el sol! Así que aquí estoy ahora, como una tonta, con mi cactus arriba y abajo, por las mañanas en el salón y por la tarde en la terraza (¿tiene que darles el aire? Es que si abro la puerta, me entran los pájaros), para que vuelva a recuperar su redondez primigenia y sus ganas de echar flores y a mí se me quita el complejo de que no valgo ni para cuidar cactus. Porque además me regalaron otro: y yo lo puse en el poyete, para que le diera el sol. Se cayó. El primer día. No fui yo, que conste: fue el viento. Debe de ser duro, porque no le pasó nada: ni un pinchito se le rompió, ni se movió una pizca de tierra.
Pero bueno. Carlos, no te preocupes: sobrevivirán.
(Espero).
3 comentaron:
Suerte que no tienes un gato que se te coma todas las plantas... -aunque supongo que los cactus no los tocaría-.
A mí se me mueren hasta las cactus, aunque tengo uno que por ahora sobreviven.
A lo mejor lo intentaban, FLaC. Pero sólo la primera vez...
Arwen, ya tengo remedio. Si le pasa algo, se lo doy a mi concuñada, que tiene un campo y allí, con los cuidados del suegro de mi hermano (¿has visto qué finas filigranas familiares?), revive.
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