Una de las noches que estuvimos en Quebec vimos al Cirque du Soleil. Hacían un espectáculo callejero, gratuito, durante los meses de verano: partían tres tribus desde tres partes distintas de la ciudad y confluían en un espacio que hay debajo de unos puentes, lo suficientemente grande como para montar un escenario central y otros varios. No sé cuántas personas podía haber allí viéndolos: sentadas en gradas, de pie, cientos. Y, sin embargo, entre el público, unos señores dirigían a la gente a un lado y a otro, para que no se perdieran nada. El problema, por supuesto, era hacer las fotos. Por eso tienen tanto ruido (bueno, y es que mi cámara no da para más, por mucho cariño que yo le tenga).
Había malabaristas magos del diábolo, un señor que, con un cuadrado vano de metal, derrotaba los límites y lo transformaba en círculos de colores: tan rápido lo giraba. También había música, percusión… y canto:
Sí, le he cortado la mano: salió así, ya he dicho que las condiciones no eran las mejores. De hecho, este mensaje es puramente testimonial.
Y había, además de los malabaristas, los funambulistas y un sinfín de colores y disfraces, este columpio. ¿Veis la parte derecha de la fotografía? Es una tela: cuando el columpio llegaba a esa altura, uno de sus integrantes se tiraba a la tela… mientras el público contenía la respiración. Luego subían la tela, la volvían a tensar y se tiraba otro. Así hasta que no quedaba nadie. Y volvían a subirse. Y sonreían. ¿Cómo puede uno sonreír mientras se tira a semejante altura?
No puedo describir bien el espectáculo, porque mientras escuchábamos a una mujer cantar, a nuestro alrededor había circenses vestidos de azul, como si fueran de nieve, o quitándose máscaras para saludar. Mientras una mujer se sostenía con sus manos sobre unas columnas pequeñísimas, otro señor, entre el público, prendía fuego a una espiral inmensa, se la ponía en la boca y comenzaba a moverla para que las llamas nos hipnotizaran. Salimos sin hablar, hasta que comenzamos a comentar todo lo que había ocurrido allí, durante más de una hora.
He visto al Circo del Sol. Y lo he visto en casa.
Un viaje por el mundo real de Stephen King
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El mundo de Stephen King está en su mente pero se pude tocar. Las novelas
del escritor norteamericano nos trasladan a lugares terroríficos y
fantásticos ...
Hace 4 días
5 comentaron:
Que experiencia única!!!, y tu relato me ha hecho vivir esos momentos, gracias.
Un beso (desde este hemmisferio nuevamente)
Mi treinta cumpleaños lo celebré en el Circo del Sol, en Sevilla. Inolvidable... : )
Migrante, qué bonito eso que me dices... Un beso, desde la otra parte del mundo.
À toa, qué bien, ¿no? (Dios, no recuerdo qué hice yo para celebrar ninguno de mis cumpleaños).
"Volví a abrazar a Juan y a contarle todas las cosas que me pregunta, aunque no quiera saber las respuestas". Ambiguo, demasiado ambiguo. (Con una sonrisa en el rostro y los ojos todavía dormidos).
Sí está aquí. Es que se me cuela spam y modero los comentarios en mensajes que tienen más de 14 días, lo que me recuerda que debería actualizar el blog más a menudo.
No es ambiguo. Tú sabes bien que siempre que me preguntas, te respondo.
Y que siempre te abrazo y te sonrío.
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