Escucho tangos.
Canta Adriana Varela.
Antes cantaba Carlos Gardel.
Duelen.
Hay un punto de masoquismo en el tango. En escuchar tangos cuando sabes que es la única música que, en ciertos precisos momentos, no deberías oír. En dejar que los bandoneones te mezan y que las teclas del piano te aporreen el alma aporreada. Por eso, supongo, son las canciones de mis despedidas: de las despedidas reales, de las irreales, de las que no quiero que ocurran pero pasan sin que pueda mantener ningún control, de la estupidez congénita, del regodeo, de la tristeza absurda, de las punzadas inexplicables, del desconocimiento, de la imprudencia, de las convicciones inmutables que cambian en tres segundos (¿qué haces cuando todo se va por la borda en tres segundos?).
Deberían estar prohibidos, los tangos.
Colonialismo nuclear
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Hubo un tiempo en el que un hallazgo natural o una invención humana podían
transformar un área geográfica miserable en un lugar donde se nadaba en la
abu...
Hace 1 semana
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