jueves, 17 de noviembre de 2005

Carta abierta a algunos de "mis" poetas

Por tu culpa, Neruda, leo versos. Es más, por tu culpa siento no poder escribirlos. A mí no me ha ido defendiendo mi poesía, como a ti. Te ha protegido tanto que te descubro ahora, gracias a una sirena con los ojos color de amor distante que no sabía llorar por eso no lloraba, cuando se cumplen dos decenios de tu muerte. Los carpinteros no mueren, aunque ya no tengan a quién contar las cosas: ahora estaréis V y tú "con derecho al honor entre vosotros", confesándoos mutuamente que, en realidad, habéis vivido y continuáis viviendo.

Tú lo llamaste escuetamente V. Gerardo Diego nombra con él un valle. Yo no sé cómo decirle: tan sólo suspiro: Vallejo, el ininteligible Vallejo. ¿Puede alguno enamorarse platónicamente de un poeta? Otros escogen para ello a cantantes o artistas... Si es así, tengo dos amores: un indio de barba blanca, de aspecto casi venerable -al menos, venerado por mí- y un hispanoamericano que colaba mayúsculas y tildes donde no correspondían (Quién hace tánta bulla y ni deja). Al segundo lo quise cuando hice mía la dualidad existente en "Un hombre pasa". Al indio, cuando leí "Gora" y sus "Pájaros perdidos". Hay una frase que aparece en multitud de carpetas de estudiantes y casi ninguno de ellos sabe que es suya: "No llores si se oculta el sol, que las lágrimas no te dejarán ver las estrellas". Como es de buena educación señalar la procedencia del aforismo, no sobraría un Tagore debajo... eso, si les suena un poco el nombre.

Fueron Tagore y Walt Whitman, que no entran en los programas de educación -ni en EGB ni en BUP-, los que me hicieron pensar en la importancia que supondría el dar clases de Literatura Universal. Muchos son capaces de narrar El Libro de la Selva, con Mowgli como hilo conductor de cabo a rabo. Pocos saben en los que hay capítulos en los que la manada de lobos no aparece y se detallan, por ejemplo, escenas con otros animales: perros, chacales, marabúes... y menos aún los que recuerdan el nombre del autor. Los que no se distinguen precisamente por su amor a la lectura, se pierden la oportunidad de conocer a Flaubert, Tolstoi, Goethe, Wilde, Molière, Tagore, Tennyson, Byron, Verlaine, Poe, Rimbaud, Hugo... En cambio, para espantarles, les mandan a Garcilaso, Quevedo, el Arcipreste de Hita Góngora... que no son los libros más apropiados para quienes no han leído nunca nada. Bah, qué más da... No importa -¿qué será lo digno de importancia?-: nos queda una televisión plagada de censuras, de tergiversaciones de la información, culebrones venezolanos (dicen que de ellos se aprende: yo me niego a creerlo), batallas de estrellas, programas musicales en lo que lo único que no ponen es música... y publicidad, publicidad, publicidad. La era de la información, la han llamado. La era de la información y la era de la incomunicación.

Noticia de última hora: el cuarenta por ciento de los niños franceses con edades comprendidas entre los once y los doce años son incapaces de comprender un texto completo escrito en su propio idioma y con palabras accesibles para ellos. En España, el resultado sería poco más o menos.

Perdonen, Whitman y Tagore, Neruda y Vallejo, pero no puedo menos que... ¿rebelarme? Se considera más importante saber sumar que conocer tu idioma. Hasta el año pasado, se daban a la semana cuatro horas de asignaturas varias (Química, Matemáticas, Biología, Educación Física...) y tres de Lengua. Será porque una de las pocas cosas que verdaderamente me importan de este país es su idioma. Ya lo dijiste tú, Neruda: "Qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... (...) Se llevaron el oro... Nos dejaron el oro... (...) Son tan preciosas las palabras que las quiero poner todas en mi poema". Ya no se quieren poner, parece, ni en tu poema, ni en el de nadie. Esta mañana, un profesor ha dicho "plausible". Más de uno no sabía escribirlo, más de uno no sabía su significado. Y tú hablabas de las palabras que cogías, que cazabas al vuelo. Ahora no las cazamos: las vamos arrastrando, todo lo más.

13 de octubre de 1993.

2 comentaron:

Anónimo dijo...

Da igual que fuera escrito en el 93 o donde sea...Ya hasta a mí se me escapan las palabras y lo único que pensé que siempre tendría a mano me falla en los momentos en las que más las necesito. Ya parece que las horas de lectura (echas simplemente por diversión) ya no sirven ni para darme esa capacidad de análisis de la que tanto creí poder enorgullecerme.
Que me perdonen Tagore, Wilde, Stendhal, Neruda, Garcilaso (¿por qué no?), Fortún....Pero creo que en mí han ganado otros la batalla

Anónimo dijo...

No. Esto sólo es una tregua. Luego ganarán las ninfas de Garcilaso (que me encanta, pero del que sigo manteniendo que no es lo que se le debe ofrecer a un niño de trece años que no ha leído en su vida), Stendhal, Neruda... Y sabrás que, aunque no lo pensaras, has ganado la guerra.