martes, 21 de septiembre de 2010

Al final todo llega


Al  final todo llega. Llegó la noche antes de coger el tren, con el sueño  intermitente y ese terror eterno a no despertarse y perder el  transporte. Llegó Atocha, y el metro a Puente de Vallecas, Nerea  esperándome en la esquina, la tapa en casa, salir a comer, contar los  viajes. Ha estado en Grecia, viendo a los Durrell; en Italia y un pueblo  de tejados cónicos en el que los habitantes, a pesar de las  prohibiciones, arrojan las basuras a una cala que ya no puede acoger  más; y en Albania, con su Tirana de casitas de colores y los mercados  cochambrosos. Hablamos de la colonización de los espacios, de cómo la  llegada del capitalismo impulsó a la gente a comprarse coches y más  coches, y de la capacidad de los sistemas políticos para definir unas  creencias que luego se quedan en nada, porque hay que vender las granjas  para irse a la ciudad y comprarse un BMW.

Recuerdo a Tomaz  Pandur, en la presentación de Medea, el año pasado: "Yo soy yugoslavo y  Yugoslavia ya no existe". A Nerea y a mí nos faltan conocimientos para  entender qué pasó. Cómo se conjugan los héroes de la patria, las  estatuas dedicadas a los obreros en armas, la exaltación de la mujer  campesina, con los Volkswagen y los Audi en cada puerta. Cómo se  consigue que un pueblo desee y crea lo que luego va a dejar de desear y  de creer. En un tris.

Madrid también ha sido un paseo hasta el  centro, para entrar en Madrid Cómics. Alguien a quien no conozco y a  quien no sé si alguna vez tendré la oportunidad de abrazar, me había  dejado allí muchas revistas. Internet crea extrañas alianzas. Y en  demasiado poco tiempo, apenas una veintena de mensajes cruzados. Siempre  me asombrará esa generosidad. Me asombra y me conmueve. No creo que  vaya a poder corresponderle nunca.

A Begoña también la conocí por  internet, hace casi una década, hablando de Pessoa, de sor Juana Inés  de la Cruz y del miedo en las relaciones. Cuatro meses después de  aquello, nos tomábamos los primeros vinos en la plaza de Chueca. Desde  entonces, Madrid es también esa mujer guapísima y divertida,  inteligentemente divertida, admirable para mí por muchas razones, con la  que comparto ciertos ritos extraños, como buscar los bares más  estrambóticos de la ciudad. Además, me presta a sus amigos, así que  visitarla a ella es dejar, también, que Jesús me abrace y me mime.

Hace  dos años o así, Jesús y yo nos ventilamos una botella de pacharán de la  que sólo íbamos a tomarnos un chupito. Al pacharán le habían antecedido  no sé cuántos vinos y algún vermouth, unas gambas, jamón ibérico y  mejillones. Yo salí del bar agarrada a él y haciendo eses. De lado a  lado. Desde entonces, aquella noche se ha convertido en una anécdota que  recordar cada vez que nos juntamos. Jesús jura y perjura que yo no  estaba tan mal y yo no me acuerdo de mucho.

Me han picado todos los mosquitos de Madrid y me he levantado tres veces en mitad de la noche.

28 de agosto.

3 comentaron:

Regina dijo...

Siempre me gusta cómo hablas de esas personas a las que conoces. Con cierto halo de misterio y confidencias pero tan abiertamente. Se nota que son tus amigos, si no no hablarías así de ellos.

Nodicho dijo...

Coincido con Random. Qué suerte de amigos tienes y qué bueno que volviste. :)

Los viajes que no hice dijo...

Random, bueno, es que en este caso, son dos de mis amigas más cercanas. Así que es normal hablar así...

Cable, es que me los curro. ;) No mucho, recibo bastante más de lo que doy de aquí a Lima, pero oye, procuro cuidarlos...