Mostrador. United Airlines. Piden el ESTA. Lo llevo impreso: llevo impreso veinte mil papeles. Pero... No estoy. No aparezco. Nerea me mira, con los ojos como platos. Mi billete de vuelta sí está, pero el de ida no. No puedo regresar de un sitio donde se supone que no he llegado. Ella se queda con la maleta, que pesa un poco porque llevo dos botellas, una de albariño y otra de aceite de oliva ecológico de mi tierra, y una manta térmica para el perro del chaval en cuya casa me quedo y yo me voy a un mostrador donde un chico se eterniza facturando no sé cuántas bicicletas. Van a participar en una competición en Quebec. Cinco, diez, quince minutos de cháchara. La conversación es animada. Él viene de Singapur y no sabe qué hacer con su jet lag. Yo sí sé qué voy a hacer con el mío: levantármelo de encima a base de cafés. Total, llevo una semana maldurmiendo por culpa del trabajo, así que no creo que tenga excesivos problemas...
...si es que alguna vez llego a Nueva York.
Veinte minutos, veinticinco, veintisiete y el chico de las bicis se va, por fin. Pero llaman por teléfono. La mujer que me ha acompañado (de United) al mostrador de Continental (la que opera el vuelo) suelta un bufido porque yo estaba antes. Allí plantada, físicamente. A la de Continental le da igual: Sí, cariño; hola, cariño; ahora te lo miro; espera, que te lo arreglo, mi vida. Yo sonrío y espero. Cuánto amor. United y Continental, me contó Jesús, se han fusionado hace dos días y medio, pero por lo visto eso no se refleja en los vuelos. El fallo es que la azafata de United, para buscar mi billete, había puesto sólo el primer apellido y yo estaba registrada con los dos.
Qué cosas tienen los ordenadores.
En el aeropuerto, dos cartones de Camel, una llamada de mi madre, un rato de escritura, un par de cigarros. En el avión, el viaje es como el canadiense del año pasado: largo. Lo único reseñable es que está el último disco de Jamie Cullum, que todas las azafatas hablan en inglés y muy bajito -la primera vez que se me dirigen para preguntarme si quiero algo de beber, ni las entiendo y la tipa me mira con desprecio -otra española inculta, debe de pensar- y que al sentarme, me he roto la falda.
Vamos a llegar veinte minutos antes. Pero, para eso, faltan aún tres horas y media.
Y muchas turbulencias, por lo visto.
...si es que alguna vez llego a Nueva York.
Veinte minutos, veinticinco, veintisiete y el chico de las bicis se va, por fin. Pero llaman por teléfono. La mujer que me ha acompañado (de United) al mostrador de Continental (la que opera el vuelo) suelta un bufido porque yo estaba antes. Allí plantada, físicamente. A la de Continental le da igual: Sí, cariño; hola, cariño; ahora te lo miro; espera, que te lo arreglo, mi vida. Yo sonrío y espero. Cuánto amor. United y Continental, me contó Jesús, se han fusionado hace dos días y medio, pero por lo visto eso no se refleja en los vuelos. El fallo es que la azafata de United, para buscar mi billete, había puesto sólo el primer apellido y yo estaba registrada con los dos.
Qué cosas tienen los ordenadores.
En el aeropuerto, dos cartones de Camel, una llamada de mi madre, un rato de escritura, un par de cigarros. En el avión, el viaje es como el canadiense del año pasado: largo. Lo único reseñable es que está el último disco de Jamie Cullum, que todas las azafatas hablan en inglés y muy bajito -la primera vez que se me dirigen para preguntarme si quiero algo de beber, ni las entiendo y la tipa me mira con desprecio -otra española inculta, debe de pensar- y que al sentarme, me he roto la falda.
Vamos a llegar veinte minutos antes. Pero, para eso, faltan aún tres horas y media.
Y muchas turbulencias, por lo visto.
29 de agosto.
La foto es del aeropuerto de Barajas. La he cogido de la red, pero no pone el autor.
10 comentaron:
Yo en las colas para facturar me pongo histérico. No lo puedo evitar, pero cuando me toca el que tarda más de los necesario me pongo nervioso y empiezo a bufar... Y si encima no me encontrasen el vuelo, no te digo ya.
Pues eso es lo que me pasó a mí. Que no me encontraban y tuve que esperar no sé cuánto...
Tengo como 13 mensajes tuyos de tu blog por leer... Ay qué agobio.
Le estoy dando duro últimamente al blog (y, por cierto, también a DXC), desde que he descubierto que se pueden programar las entradas :D
Eso estoy haciendo yo, programarlas... Así es más fácil...
Ya veo que programas las entradas, lo malo de eso es que leí una tuya de los preparativos cuando ya tenías un pie en el empire state...El relato demasaido estresante, nunca he sentido ningún nerviosismo en la cola de facturación porque nunca facturo, es lo que tiene ir ligerito de ropa...
Es que escribo tres o cuatro de golpe porque si no, no tengo tiempo: he empezado a estudiar inglés, he tenido reunión de la ONG... un latazo, vamos. ¡Las otras no estaban programadas, sólo estas del viaje!
Si es que no sé qué tiene ir y venir de NYC. Aún recuerdo nuestras carreras por el aeropuerto de Lisboa, donde hicimos escala, que no sé cómo no me pegaron un tiro los de seguridad, y a la vuelta, que no apareciéramos y el pasmoso tío que tardó su media hora larga en llegar y colocarse el sitio que me dice que 'alguien' nos ha anulado del vuelo... Bueno, y mi cara de tonta cuando, finalmente en Madrid, llegan todas las maletas menos la mía...
Y, aún así, volvería a ir ahora mismo.
Veo que todas las vueltas previas y las mil y una horas de viaje te han dado para escribir unos cuantos post. Ya me he puesto al día en la lectura así que volveré por más...
Besos de bienvenida.
que buen blog muy interante
Arwen, yo creo que es la sensación de vida que hay en esa ciudad: de que todo es posible allí y tú puedes hacerlo.
Migrante, me temo que habrá mensajes de Nueva York de aquí a Navidad o más allá, porque he escrito más de 200 hojas y pretendo copiarlas todas. :)
Luz, muchísimas gracias. Bienvenida.
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