Al final todo llega. Llegó la noche antes de coger el tren, con el sueño intermitente y ese terror eterno a no despertarse y perder el transporte. Llegó Atocha, y el metro a Puente de Vallecas, Nerea esperándome en la esquina, la tapa en casa, salir a comer, contar los viajes. Ha estado en Grecia, viendo a los Durrell; en Italia y un pueblo de tejados cónicos en el que los habitantes, a pesar de las prohibiciones, arrojan las basuras a una cala que ya no puede acoger más; y en Albania, con su Tirana de casitas de colores y los mercados cochambrosos. Hablamos de la colonización de los espacios, de cómo la llegada del capitalismo impulsó a la gente a comprarse coches y más coches, y de la capacidad de los sistemas políticos para definir unas creencias que luego se quedan en nada, porque hay que vender las granjas para irse a la ciudad y comprarse un BMW.
Recuerdo a Tomaz Pandur, en la presentación de Medea, el año pasado: "Yo soy yugoslavo y Yugoslavia ya no existe". A Nerea y a mí nos faltan conocimientos para entender qué pasó. Cómo se conjugan los héroes de la patria, las estatuas dedicadas a los obreros en armas, la exaltación de la mujer campesina, con los Volkswagen y los Audi en cada puerta. Cómo se consigue que un pueblo desee y crea lo que luego va a dejar de desear y de creer. En un tris.
Madrid también ha sido un paseo hasta el centro, para entrar en Madrid Cómics. Alguien a quien no conozco y a quien no sé si alguna vez tendré la oportunidad de abrazar, me había dejado allí muchas revistas. Internet crea extrañas alianzas. Y en demasiado poco tiempo, apenas una veintena de mensajes cruzados. Siempre me asombrará esa generosidad. Me asombra y me conmueve. No creo que vaya a poder corresponderle nunca.
A Begoña también la conocí por internet, hace casi una década, hablando de Pessoa, de sor Juana Inés de la Cruz y del miedo en las relaciones. Cuatro meses después de aquello, nos tomábamos los primeros vinos en la plaza de Chueca. Desde entonces, Madrid es también esa mujer guapísima y divertida, inteligentemente divertida, admirable para mí por muchas razones, con la que comparto ciertos ritos extraños, como buscar los bares más estrambóticos de la ciudad. Además, me presta a sus amigos, así que visitarla a ella es dejar, también, que Jesús me abrace y me mime.
Hace dos años o así, Jesús y yo nos ventilamos una botella de pacharán de la que sólo íbamos a tomarnos un chupito. Al pacharán le habían antecedido no sé cuántos vinos y algún vermouth, unas gambas, jamón ibérico y mejillones. Yo salí del bar agarrada a él y haciendo eses. De lado a lado. Desde entonces, aquella noche se ha convertido en una anécdota que recordar cada vez que nos juntamos. Jesús jura y perjura que yo no estaba tan mal y yo no me acuerdo de mucho.
Me han picado todos los mosquitos de Madrid y me he levantado tres veces en mitad de la noche.
28 de agosto.
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Hace 23 horas
3 comentaron:
Siempre me gusta cómo hablas de esas personas a las que conoces. Con cierto halo de misterio y confidencias pero tan abiertamente. Se nota que son tus amigos, si no no hablarías así de ellos.
Coincido con Random. Qué suerte de amigos tienes y qué bueno que volviste. :)
Random, bueno, es que en este caso, son dos de mis amigas más cercanas. Así que es normal hablar así...
Cable, es que me los curro. ;) No mucho, recibo bastante más de lo que doy de aquí a Lima, pero oye, procuro cuidarlos...
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