sábado, 7 de julio de 2012

La sexta de Mahler

Su madre dice que a mi sobrino le gusta Mahler, porque no paró de bailar en su tripa todo el tiempo del concierto. Ese niño crecerá con el sonido de las gaitas, la música clásica y Escocia, Galicia e Irlanda en la cabeza y aprenderá sobre los celtas y los vikingos. Me los llevé a los tres al concierto de la OEX, que empezó con Rocío buscándome un transporte y con Alexei hablando de la desazón y la tristeza; con la afinación de los instrumentos,  con Santiago recordando que la Orquesta es un patrimonio y con el público puesto en pie. El lenguaje es violencia, decía Toni Morrison. Me acordé de eso cuando un asistente le interrumpió, y de Henry Ford: "Lo malo es que cada vez que pido dos brazos, me llegan acompañados de un cerebro".

Santiago Pavón, foto de la OEX.


La trágica la compuso Gustav Mahler cuando iba a nacer su segunda hija, Anna, que esculpía pero que se enamoró siempre de músicos. Yo, que de sinfonías no tengo ni idea, soy incapaz de descubrir si hablaba de sí mismo o de Dios, de la guerra, la muerte o el hombre en lucha. Lo que sé es que me recordó a la Navidad -sí, la mente hace estas cosas- y que me gustó darme cuenta de ciertos pequeños detalles: un movimiento de batuta, un pañuelo para el violín (la cuerda vibra y canta porque es cuerda), la delicadeza y la elegancia de Angela, Nerses pasando las hojas de la partitura, la sonrisa de Esteban allá a lo lejos aporreando lo que sea que aporreara, la sección de viento poderosa aunque yo no la veía (y Reynold por ahí, supongo, tocando el fagot), los violoncellos y los contrabajos (siempre que los veo, pienso en jazz), la espalda erguida (tengo el alma hecha ritmo y armonía), los ojos semicerrados de alguno, los pañuelos verdes en los brazos (como señal de luto, o de esperanza), la forma que tiene Alexei de seguir la música (como si la empujara), un arpa y varios sonidos que reconocí pero de los que no sé de qué instrumentos salen.

 Marco Scalvini, foto de la OEX.

Y, sobre todo, la sensación de ser parte de un todo en el que, al final, como siempre, el todo acaba siendo mejor, mucho mejor, que cada una de las partes. Yo vengo de una profesión cuajada de estrellitas que quieren brillar solas pero supongo que, cuando se forma parte de una orquesta, al ego le has de dar una paliza, porque lo que tú hagas va a estar al servicio de lo que ejecuten los demás.

Alexei Vinokourov, Dmitro Myronchyck y Stefanía Michalicová, foto de la OEX.

Después, el encuentro con Reme, que es profesora de música, es mi amiga y es abonada de la Orquesta desde que comenzó. Una llamada de Nerses, dos mensajes de Rocío (uno, para felicitarme por el reportaje que salió en Agitación -sí, hay veces que ocurren estas cosas y te das cuenta de que contar historias realmente sirve para algo, para lo que sea-), el olor de Esteban y su abrazo, el viaje de vuelta con Imanol -desde  música hasta bebés y nacionalismos: qué hombre más interesante-, ponerle nombre a Marco.

Qué importante es eso, ¿no? ponerle nombre a los puestos de trabajo.

1 comentaron:

Ro dijo...

Detrás de los instrumentos, hay nombres sí y personas con ilusiones, proyectos, sueños, pasiones...

Los músicos de la Oex son grandes profesionales, eso "salta al oído" pero además tienen una calidad humana, increíble...

Gracias por aportar tu visión Olga, me ha encantado... :-)