miércoles, 4 de julio de 2012

Hélade

Amo estas piedras. Por estas piedras, y por lo que pasa en ellas dos meses de verano, he callado lo que debería haber dicho. Me han construido y me han dado forma. Me regalaron la danza y unas charlas, buenas, geniales, con Alicia Hermida (sobre libros, por encima de todas las cosas); con Emma Suárez (sobre el miedo, el patetismo, la confianza -esa esperanza firme que se tiene de alguien, o de algo; la que a veces se tiene, la que te piden no tener-); con Calixto Bieito; con Pau Miró; con Marta Etura y Antonio Gil; con Carmen Machi; con Ángel Corella; con José María Pou.

Me recibió dándome la mano y al finalizar me preguntó: ¿Puedo? Y nos dimos un medio abrazo tímido, porque hablamos de los niños que sueñan, como decía Sir Michael Gambon, de esos niños que sueñan y luego quieren ser actores de teatro. No le pregunté sobre la mentira y quizá no hubiera sabido responderme.

 Imagen de Brígido.

Llevo tres días pensando sobre la mentira. Sobre lo que se cuenta y lo que no, lo que se dice y lo que no, lo que no se tenía que haber dicho, los mensajes que no sabes descifrar porque dejaron de ser claros hace mucho tiempo, sobre las personas a las que querrías en tu vida aunque ellos no te quieran en la suya, sobre la esperanza (de nuevo, esa puta), sobre el poso que dejan las buenas obras de teatro (la educación, que no sirve para nada por muy libertaria que sea; el sistema que te engulle, las relaciones con los amigos que no son amigos; la camaradería que comienza, siempre, por alguna parte: una apertura pequeña, un pequeño secreto, una necesidad imbécil de que la otra persona sepa, quizá, quién eres).

Estas piedras me han aburrido, me han hecho enojar, me han traído el sabor terroso de la envidia y me han salvado la vida como me la van a volver a salvar esta noche. Sé que, si no hubiera estado la esperanza puesta en Hélade, en una entrevista con Pou llena de miedos, en un proyecto que no puede morir porque sería un horror que muriera, mis tres últimos días habrían sido muy distintos y mucho peores. Theo Angelopoulos, Joan Ollé, Pou, Concha Velasco, Maribel Verdú, Lluís Homar y Ara Malikian y Séneca y Kavafis y Elytis y Ritsos van a hacer que me olvide, un rato, que se detenga el tiempo, un rato, que desaparezca el dolor, un rato, y que vuelva a ilusionarme como si no hubiera nada más en el mundo que unas cuantas personas recitando para mí, solo porque yo vivo y soy y actúo, aunque actúe muy torpemente con algunos que me importan.

Faltan dos horas, que a veces son eternas.