jueves, 28 de enero de 2010

El banco de House on McGill

Fue el primer sitio en el que me senté en Toronto. La primera mañana que pasé en Canadá, me levanté temprano, me hice un café, cogí el tabaco, la cámara de fotos y una rebeca y me fui allí, a sentarme un rato, para ver las ardillas y para buscar un encuadre que le hiciera justicia a esa casa del siglo XIX. Ya había vida: no sé qué debió de pensar una vecina que vio a esa turista en pijama, despeinada y creo recordar que en calcetines, pero me saludó amablemente, yo le dije “good morning”, sonreí y me dediqué a disfrutar de la calle y de uno de los cafés con leche más ricos que he probado jamás. El secreto está en la leche: el café de Canadá es una bebida insufrible y aguada, tanto que me aboné al Starbucks, porque un Macchiato siempre será un Macchiato, en cualquier parte del mundo.

Cuando regresamos a Toronto, muchos días después, ese banco me pareció infitamente más destartalado que la vez primera. Estuvimos allí dos noches más y ahora sé que era la tristeza de la partida. Sí: tiene la madera carcomida y es tan cómodo como puede serlo cualquier asiento de madera sin cojín, pero, si me preguntaran en qué sitios querría estar de Canadá, sólo podría decir dos: ese banco, con toda la capital económica del país a mis pies y por descubrir, y un pequeño pueblo que se llama La Malbaie y que está a orillas del río San Lorenzo. Pero de La Malbaie hablaremos más tarde.

2 comentaron:

Unknown dijo...

Sabes que hasta que vaya a Canadá me moriré de envidia con estos posts.

Por cierto -no te lo vayas a tomar a mal-: para ser tan importante ese banco en el viaje, sacándolo desde arriba lo dejas pequeñito, pequeñito, pequeñito...

Los viajes que no hice dijo...

¡Es cierto! ¡Está pequeñito! ¡Era pequeñito, apenas caben dos personas! Y lo saqué desde arriba (es la única foto que tengo del banco sin mí) porque se ve así desde la puerta de casa... y porque saqué la foto como recuerdo: salgo de casa, disparo y ya está. Nada artístico...