Habla serena. Ha dejado de estar protegida. Abandona su capullo conocido, la rutina maltrecha, la extrañeza de lo cotidiano, la vida conocida y apresable, el escudo contra todos los males y contra todos los esfuerzos. Se ha levantado y ha visto.
La lucidez es dura. Pero el mar está en calma. Ha descubierto que no hay nada terrible. Que las tormentas son deseables. Que sólo se avanza con motivos propios. Que puede deshacerse de todo lo que no guardaría en una mochila roja. Que merece la pena, por fin, volver a conocerse, recuperarse, afrontar las ganas, la ilusión, y su pérdida. Hacer planes absurdos, sola. Salir a caminar por la calle. Construir un espacio para la gente, encontrar casa, bucear en la palabra, emborracharse con amigos, reír hasta que le duela el alma y saber llorar por lo importante.
Quedarán grietas y miedos. Podrán reconstruirse y espantarse. Quizá consiga no echarse tanto de menos. Asumir la que es. Reencontrar la que fue, algunas partes de la que fue. Interiorizar la inocencia, las ganas y las dudas. Saberlas enteras. Dejar de añorarse. Conformar los mapas. Descubrir los caminos.
Sabrá despojarse. Jamás la incertidumbre fue tan deseada. Nunca un “no sé” sólo significó mil posibilidades y no desconocimiento, no parálisis, no abandono. Nada la salvará del desgarro, de la euforia, de la búsqueda.
Se acabó la vida conocida. Bienvenida al mundo, de nuevo.
Entre zascas y zascandiles
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Hace 6 días
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Me encanta
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