jueves, 9 de diciembre de 2010

Tompkins



Escribo en el Tompkins: el lugar de la mayoría de las revueltas de Nueva Yor. Cuando uno entra en el parque, se pregunta cómo es posible que un sitio tan tranquilo haya sido escenario de todas esas protestas: la primera manifestación sindical, duras cargas policiales... Luego se fija en la gente que hay: donde, en el resto de los parques, se oye el sonido desgarrado y dulce de un saxo, aquí (a pesar de que escribo enfrente de la casa de Charlie Parker) está la fortaleza de los bongos y el djembé. Varios señores cubanos, mayores, hablan de política apasionadamente. Hay gente jugando a las cartas, canchas de baloncesto, hippies, hip-hoperos y varios grupos de tertulia. Si echo una ojeada, juraría que soy la única mujer blanca de este lugar.

He pasado por la St. Mark's Bookshop, para comprarle a Manolo un libro de fotografía (magnífico, por cierto): pequeñita, muy ordenada, muy linda. Me gustan las librerías de esta ciudad: hasta las de las grandes cadenas, mucho más impersonales: en todas he comprado algo.



Y también me gusta el East Village. Barrios así, cuajados de bares, con casas destartaladas (ya que están restaurando tanto, podrían hacer algo con Colonnade Row: lo construyeron, en 1883, los presos de Sing Sing y allí vivió Dickens), graffitis y mucha vida en las calles, me hace sentir cómoda. Me recuerda en parte a la Alameda, en los buenos tiempos de la Alameda, o a Malasaña (ídem). Aquí los niños gatean por el parque mientras sus padres están haciendo correr a los perros (porque hay un espacio para eso también) y una mujer me ha dicho que tomara unas fotos de unos cochecitos de juguete:

-Take a picture! You are in New York City!

Yo no la había hecho por si les molestaba:

-It looks like a town.

Estoy en New York City, cargada de libros y una caja de tiritas. Viendo a los chavales corretear, con sus gorras de beisbol, y a los ancianos de tertulia. Reviso mi guía y mis cuadernos.



Debería contar:
-No he ido a Harlem (pero pasé por él en coche).
-No he subido al Empire ni al TOR.
-No he montado en helicóptero.
-Tampoco en limusina.
-No he comido en Bubba Gump.
-No he entrado en Saint Paul.
-No fui a la conmemoración del 11-S.
-No he visitado ningún museo.

Pero:
-He aprendido a hacer tamales y a revelar fotos.
-He paseado a un perro muchos días.
-Me han contado cómo se entra ilegalmente a Estados Unidos.
-Me han recibido con un abrazo diariamente.
-He recorrido (puedo asegurarlo) la inmensa mayoría de las calles de Manhattan.
-He tenido encuentros muy hermosos.
-He sido muy feliz y tengo nuevos amigos.
-He ido a muchas librerías y tiendas de cómics y he comprado muchos libros.
-He pasado calor y he pasado frío y me he mojado los pies.
-Y me he reído mucho.

Me he fijado en cada ruido y en cada olor. Nueva York me ha enseñado a mirar. A fijarme en la manera en que un pueblo toma las calles y los espacios públicos, cómo integra a las mascotas en la vida cotidiana, cómo se relacionan con los demás.



Me he acordado de mucha gente estos días: de gente del foro, desde luego, pero también, y sobre todo, he deseado estar aquí con Pupe, con mis hermanos y Belén y Cristina y también con Carlos, para que se volviera loco con las tiendas de mapas antiguos. Nueva York ha sido solo mío: compartido con Robert al llegar la noche, pero mío únicamente, porque he hecho en cada momento lo que me apetecía hacer. Sin pensar en lo que me pareció imprescindible antes de venir, porque ha sido la ciudad la que me ha ido guiando.

14 de septiembre.