En Sainte-Anne-de-Beaupré vimos los primeros árboles que cambiaban el color. Siempre me había imaginado Canadá como una sucesión de los más bellos tonos del otoño: aquí un ocre, aquí un amarillo y el rojo arce abarcándolo todo, pero llegamos cuando el calor aún no se había ido y el verde de las hojas dominaba. Sainte Anne de Beaupré es un santuario dedicado a la madre de la Virgen María, la santa patrona de los náufragos (no sé si el patrón de los náufragos ha cambiado: santa Ana lo era en 1650, cuando un grupo de marineros, agradecidos por salvar la vida, prometió erigir una capilla en su honor). Los 26 de julio acuden allí más de un millón y medio de personas. Pero la basílica que se adivina detrás de estas hojas se construyó en 1920, el quinto templo que se edificó en el lugar. Santa Ana es también, desde hace siglos, la patrona de Quebec.
Nuestro destino era Baie St Paul, una localidad que aparece nombrada de pasada en las guías (salvo en la muy completa de Lonely Planet) y que es uno de los lugares más encantadores de Charlevoix, una comarca (¿se llaman comarcas en Canadá?) que la Unesco nombró Reserva Natural de la Biosfera. De Baie St Paul son las dos siguientes fotos que existen. Eran casas particulares, en medio de esa población llena, sobre todo, de galerías de arte, porque durante el siglo XIX, los pintores quebequeses se trasladaban a esta localidad pequeñita para pintar paisajes y reivindicar así la hermosura canadiense. Charlevoix tiene 6000 kilómetros cuadrados y tan sólo unos 30.000 habitantes: eso nos da una idea de lo despoblado que está el país. Durante cuatro días, sólo vimos pueblos pequeñitos, pero preciosos, a la orilla del río San Lorenzo. Verde y agua han sido los elementos principales de este viaje a Canadá. Y una indescriptible nostalgia también y el imaginar cómo sería mi vida allí.
4 comentaron:
Recuerdo que leí en un libro, no sé si de Vila Matas, algo así como que cuando uno viaja piensa en que tal vez en ese lugar hubiera sido feliz. La nostalgia por lo que no ha sucedido es, pienso, tal vez, lo que nos hace seguir sintiendo curiosidad por la vida.
A mí me gusta imaginarme en Florencia, viviendo cerca del museo donde está el David de Miguel Angel, escribiendo. Aunque en realidad no lo haría, pero me gusta imaginar éso.
Besos, qué tal todo?
¿No te has planteado nunca en serio vivir una temporada en el extranjero? Es un experiencia latamente recomendable... lo malo o tal vez no tan malo es que corres el riesgo de quedarte como me pasó a mí :)
Curiosa historia y lugar que no conocía ni de referencias. Me lo apunto en mi cuaderno para visitarlo en cuanto pueda.
Princesa, todo está bien. Lo de Florencia escribiendo... Yo sí que te imagino. Con tu otra mitad. Sí que soy capaz de verte. Creo que la capacidad de imaginar otras vidas es maravillosa. Aunque te guste la tuya.
Sorrow, sí que me lo he planteado. Pero soy una cagada que necesita dinero y un techo bajo el que vivir... Y en el extranjero no sé cómo encontrarlo...
Álvaro, qué raro llamarte Álvaro, niño: es muy bonito. Y a mí me dio la sensación de estar en casa en un lugar extraño. Yo volvería a Charlevoix sin dudarlo.
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