jueves, 28 de noviembre de 2013

Pons

Algún día -le dije una vez- contaré toda la verdad sobre ti. Y diré que mucho de lo que escribo, le debe cientos de correos (y sí, son cientos), debates, encuentros, desencuentros y opiniones confrontadas, maneras de lectura y discusiones de las que me gustan a la relación que mantengo con este señor. 




Me lo encontré por Twitter (gracias, Twitter), o nos encontramos, yo qué sé. Le he entrevistado dos veces. De hecho, le entrevistó un compañero en la radio antes de que habláramos por vez primera (pero el teléfono se lo di yo). Una, cuando murió Kim Thompson. Otra, cuando hacía cien años del nacimiento de Ambrós. Hemos hablado de cómics, claro. Y de otras cosas. De muchas otras cosas.

Pero está aquí porque un día, durante muchos días, muchos correos, de una manera brutal, en pleno mes de agosto, me corrigió un texto. Escribes muy bien, me dijo. Y me lo echó para atrás. Una y otra y otra vez. Cada nueva versión que le mandaba. Escribes muy bien. Pero. Pero puedes hacerlo mejor. Pero tú no quieres escribir sobre esto. Pero estás preocupada por el sinfín de gente, con nombre y apellidos, que te va a leer. Y el sitio en el que se va a publicar. Y el resto.

Me encontré pensando en qué hubiera sido de mi capacidad si yo hubiera tenido un buen editor. Un editor como él. Alguien que leyera lo que escribo y me dijera: esto funciona, esto chirría, por ahí no, esto está bien y en esto hay que ahondar. Alguien que me empujara, como me empujó él, a contar lo que yo realmente quería contar. Ese ha sido, y es, y quizá sea, el artículo más personal que yo haya escrito alguna vez sobre un cómic. Harta de no encontrar el tono, cogí bebida y un paquete de tabaco, me senté, vomité lo que quise en media hora, sin releer y sin corregir y lo envié: "¿Ves? Esto no es publicable. No en una revista. En el blog sí. Pero porque yo soy una impúdica". "Esto no solo es publicable -respondió-. Es la mejor reseña que he leído de La infancia de Alan".

A menudo pienso si ese cómic de Guibert ha significado tanto para mí no solo por el cómic en sí, sino porque lo leí con Pons. Yo no he leído con nadie nunca. Ni siquiera hablo de libros con nadie, más allá de una recomendación puntual, más allá de "está muy bien" o "es una modernez". Tengo una relación tan íntima, o que yo creo tan íntima (y eso sí me da pudor) con ciertas obras que no me molesto en comentarlas, porque ya sé lo que son para mí. Me fijé, con él, en cosas en las que no me había percatado: analicé la memoria y los recuerdos y los recuerdos que he tapado y cómo la niñez es un lugar en el que a veces no sabemos si merece la pena vivir.

Daría un brazo por ir a una de sus clases.

Todo esto que cuento aquí (y más, mucho más) él ya lo sabe, porque se lo he dicho muchas veces. Pero escribir aquí siempre ha sido mi mejor manera de dar las gracias.