De nuevo en la estación, de nuevo los andenes, las agujetas en los hombros, las maletas cargadas de libros por leer, de discos escuchados una y mil veces. Otra vez la bienvenida y los abrazos, los bolsos en el coche, los cafés lentos, las llamadas preguntando por los planes: "Veros", responde: "Preferiblemente, de uno en uno. Y en el mismo lugar, porque me falta el tiempo".
Han talado los árboles. Los troncos sirven como asientos y ella, que no distingue un geranio de un rosal, piensa que podrían haberlos arrancado de raíz, como si nunca hubieran existido. Sólo un agujero que muestre lo que hubo. Recuerda noches de hace años, bebidas ya todas las bebidas y fumado la mitad del hachís en El Salvador, cuando El Bola y Mario y Alonso, borrachos como cubas, comenzaban a cantar: "Yo me voy pa l'Alamea", a seguir bebiendo y a seguir fumando y a hablar de fútbol y a recitar poesías y a tomar café o el último gin tonic en el bar más facha de La Macarena. Recuerda un paseo solitario, de introspección, bajo un cielo de plomo en el que caminó sin rumbo desde la Facultad hasta llegar adonde siempre, adonde vivió Carmelo, ese tipo sabio que le enseñó de Historia, que le alimentó el alma con comida cuatro veces por semana y que siempre será su refugio favorito. Vio vida en las ventanas, escuchó voces de etapas que se cierran y regresó para escribirlo todo: "Estoy en casa -comenzó-. Casa significa Sevilla y, de Sevilla, la Alameda de Hércules; y, de la Alameda, el Café Central". Recuerda las palabras que Josémari le dijo un día, en medio de un abrazo con murmullos, en la puerta de otro bar eterno, cuando llegue la lluvia estaremos ahí, pero la lluvia llegó y hacía frío y ella se encontraba siempre demasiado lejos. En otros puertos, en otros andenes, de un lado a otro buscando unas raíces que perdió hace ya ni sabe cuánto.
Hay otros lugares: la Pila del Pato, con Borges, Tagore, Pessoa y Tabucchi leído en italiano. Un patio con carpas rojas, ajedrez y guitarras, Alonso regalándole, cada 26 de junio al llegar las doce, cuatro frases de 'Rosa María', "pensando si el recuerdo es algo ajeno a lo vivido", cambiándole el significado a las palabras, ofreciendo libros y poemas, recordando siempre que la vida importa. El Lokal inencontrable, salvo con un plano, su escenario lleno de latíos, los instrumentos a punto para un circo nómada de resistencia, las tascas de Triana, el Naima de John Coltrane, la calle San Luis llena de heroína hasta que cerraron el chiringuito del Melero, que se habrá muerto ya de sida o sobredosis; El Paladar con sus croquetas y sus proyectos; las noches de Barato en Los Bermejales... Demasiados sitios para apresarlos en dos días, cuando las costumbres de todos han cambiado tanto y cuando los círculos se van reduciendo sin remedio.
La Alameda pronto será un barrizal intransitable y sólo el tesón ha hecho a los antiguos seguir ocupándola, para demostrar que no importan las máquinas, ni las vallas, ni los muertos arrancados. Y a ninguno se le escapa que Sevilla es, quizá, la ciudad más puta y drogadicta de España o quizá es que ella lo sabe porque conoce a la mitad de los que duermen al raso, y que hay demasiado trasiego de gente pidiendo agua para disolver los paquetillos, demasiada marginación, demasiada puñalada danzando por los aires. Pero nadie hará nunca lo que ha de hacer, porque dinero llama a dinero y porque estamos viviendo la suma de los errores de todos. Y desde algunas ventanas de bares acogedores, a pesar de ello, se puede seguir manteniendo la ilusión de que todo sigue como siempre, con el sol en lo alto, sin nubes y sin lluvias.
1 comentaron:
Siempre quedarán las fotos antiguas para recordar la Alameda tal cual era, ¿no?
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