sábado, 28 de septiembre de 2013

La infancia de Alan





Hace dos meses, visité la casa que había sido mi hogar durante los primeros 13 años de mi vida. De esto hace 25. Tuve que fijarme en el nombre de la calle, en el número, en la localización. Pasé por allí dos veces. La miré. La volví a mirar. El edificio era el mismo, la misma pintura blanca en la azotea, el mismo color verdoso y gris.

Ésa no era mi casa.

En este libro hay una viñeta preciosa que muestra un instante así. A los 17 años volví a Santa Bárbara —se había ido de allí con poco más de tres—. Encontré la calle donde estaba esa casa sin vacilar un instante; fui directo. Guibert nos muestra al joven mirando tras la valla lo que una vez fue suyo, las manos a la espalda, sin protegerse; un coche: el adulto que se encuentra con el espacio que habitó cuando era niño. Hay una tristeza y una serenidad, un cumplimiento, en ese dibujo, y en esas frases cortas, que yo no podría describir jamás.

La niñez es una casa: la vida adulta son escombros.

Es solo eso: un niño que ha dejado de ser niño y que mira una vida que perdió.

No sabemos si sigue ahí.


Esto es parte de un texto sobre La infancia de Alan, que no es una reseña, creo, que se puede leer descargando el primer número de CuCO Cuadernos pinchando en este enlace. Hay otro sobre la Hermandad de Historietistas del Gran Norte, de Seth.