lunes, 8 de julio de 2013

El Héroe

Es el hijo de Zeus y de Alcmena y yo he crecido con él. Con el Anfitrión (Hércules, su hermano Ificles, Júpiter engañando a esa esposa abnegada). Euristeo, el primo cobarde al que hacen nacer antes para que reine en Micenas. Yolao. Hera, que amaba a Zeus y a la que él engaña para que amamante al que al final es hijo de otra y así nace la Vía Láctea. Ese tipo fuerte que es un semidiós pero que está roto por dentro, aunque no tenga la culpa.

La culpa.

Acabo de leerme El Héroe, de David Rubín, los dos tomos, uno detrás de otro. No suelo hablar de los libros que leo (si llamo "libro" a un cómic, ¿se ofenderá alguno?) y además, lo confieso, me acerqué a él con ciertas reticencias, porque no me suelo fiar -nada y nunca- de las críticas de cómics españoles.



Tampoco sé decir por qué me gustan las cosas que me gustan. A mí me hablan las tripas. Recordar una viñeta; quedarme sin respiración, literalmente, cuando Heracles mata a su esposa y a sus hijos; asistir al deterioro de la relación entre Deyanira y el héroe, sin Neso de por medio pero con Quirón, la absoluta fuerza de algunas escenas, el dolor frío de algunos dibujos, la manera de contar.

Y lo demás. Aquí los doce trabajos son lo de menos. Aquí se habla de miedo, de traición y de lealtad, de la infancia que se pierde, de la caricatura que los medios de comunicación pueden -podemos- hacer de hechos que merecen reconocimiento y admiración, de la pérdida del espacio público, de la inexistencia del espacio privado cuando eres una figura pública, de la caída de los dioses, del sexo como instrumento de control, de la falta de referencias, de qué se puede hacer con el libre albedrío, de cuáles son los mitos que nos acompañan, de escribir el propio discurso -ah, esa necesidad de tomar las riendas- aunque las circunstancias y la vida no acompañen y de que los monstruos somos nosotros y los monstruos también mueren.



Podría hablar del color -ese rojo y ese verde que ocupan páginas-, de la reapropiación de los personajes (con un Atlas que sujeta el mundo interior, más que el exterior y una Hera que parece una Medusa y un can Cerbero tierno que no deja de ser un cachorro) y de lo bien que dibuja este señor o del proceso creativo -y de maduración- que nos deja ver al principio y al final -sí, qué bien lo hacía Kirby y, sí, lo que cuesta parir una obra-.

Pero al final lo que yo quiero decir de esto es que hacía mucho, mucho tiempo, que no temblaba tanto al leer algo.