jueves, 27 de junio de 2013

La utopía

Tarde o temprano, me recordó Ignacio Ramonet un día, todo imperio perece. Yo estuve allí. Fui allí sin tener mitificada la ciudad, porque yo mitifico muy pocas cosas (amo muchas, ciertamente) y porque, además, mi memoria visual está ligada a mi memoria orgánica. Ahora, veo una película y reconozco un edificio de la calle 37 y me reconozco también y reconozco a la yo que fui allí.

Hoy he leído un texto. Se llama Cuando el destino nos alcance, se escribió en la New York Public Library (donde yo compré un libro de poemas) y me he encontrado recordando a las víctimas del sacrificio (las mías tienen nombre y apellidos) y esa capacidad de cohabitar sin convivir que tenemos todos.



Yo hice tamales en Nueva Jersey.

Yo hice tamales en Nueva Jersey, aprendí el sobrenombre de un par de coyotes y me pasé 20 días diciéndole a una persona a la que quiero que se largara de allí. Asistí a la preparación de un reportaje sobre la privatización encubierta (y no tan encubierta) del sistema educativo. Vi a todos los operarios cargando cajas: no había ningún blanco. En el Dakota sí. El portero era blanco y viejito. Supe que muchos de los problemas no vienen de la droga, sino de las seis cajas de pizza diarias y las telenovelas: para eso, no hace falta más que montarse en un autobús de Staten Island y ver a crías de 13 años embarazadas, carteles informando de los seguros de beneficencia y escuchar algunas charlas en las tiendas y en las estaciones de bomberos. 

Amo esa ciudad como amo la Sevilla de la que me sabía todos los puntos de venta de heroína y con qué la cortaban y los nombres de quien dormía en cada esquina. Porque también me aprendí alguna historia y porque vi una exposición sobre los derechos civiles en el International Center of Photography que me hizo sentarme en un banco y echarme a llorar de la vergüenza. Es la misma clase de vergüenza que sentí cuando leí, a los 8 o 9 años, Por qué no podemos esperar, de Martin Luther King. La misma que tuve en el Altiplano argentino. El mismo asco.


They asked us questions. How much is two and one? How much is two and two? But the next young girl also from our city, went and they asked her How do you wash stairs, from the top or from the bottom? She says, I don't go to America to wash stairs.

Pauline Notkoff, judía y polaca, 1917.

Eso lo apunté en Ellis Island. Creo que es uno de los mejores textos sobre la dignidad que me he encontrado jamás en una pared.



Pero, al mismo tiempo, lo dije cuando fui a ver la exposición de Hopper, en mis dos viajes a América del Norte (Canadá, Nueva York) he tenido la impresión de que estaba a medio hacer. De que esa construcción de América que han reflejado tantos -Hart Benton, por ejemplo, o el mismo Hopper, con sus escenas portuarias, o Charles C. Ebbets o Margaret Bourke-White-, no ha acabado todavía, porque su historia es cambiante y solo bien entradas varias décadas del siglo XX surgió el movimiento conservacionista. La América donde todo es grandioso: las casas, los parques, las montañas, las hamburguesas, los cafés y las avenidas, los diners y los moteles de carretera.

La utopía, sí. La utopía que no abarca a todos, pero que todos van buscando. Y esa sensación personal, mientras ves el Canal Morris, cuando estás en un teatro escuchando a Frank Sinatra, cuando buscas la casa de Willa Cather y la de Mark Twain en Greenwich Village y te tomas un vino blanco en un japonés, o hablas con el camarero de la Pete's Tavern o escuchas hablar de política en el Tompkins; esa sensación personal de que perteneces a un sitio en el que no has vivido nunca y del que vislumbras su potencia, la violencia de los cimientos y los porqués... esa sensación no desaparece. La conciencia de que todo es grande pero allí tienes el mundo conocido en la palma de la mano. Esa conciencia que se tiene a los veinte y que te hace recordarte a ti, como eras allí, cuando alguien escribe lo que está viviendo en Nueva York ahora mismo. Tres años después.

Echo de menos caminar hacia el agua. 

4 comentaron:

CiudadanoK dijo...

Hacía tiempo que no pasaba por aquí.

Desde entonces nada ha cambiado ni nada permanece igual. Serán por tus viajes, los que implican cambio de lugar también.

Veo que escribes como siempre y mejor que antes. Es grato volver a los lugares que uno nunca debió de dejar de visitar.

Los viajes que no hice dijo...

:)
Durante la época de sequía se fue mucha gente. Un blog exige que se le actualice y etc., dicen. Pero yo a las reglas nunca les he hecho mucho caso.

Isabel Sira dijo...

Hay que ver lo que sabes, cabrona. Cómo te envidio. Yo en NYC simplemente me sentí. Sentí que pertenecía a un sitio.

Los viajes que no hice dijo...

Por esa razón, una amiga mía se fue allí...