domingo, 17 de febrero de 2013

Lobos marinos



Hemos ido a la lobería, pero había pocos lobitos. Generalmente está llena, dependiendo de las mareas, pero hoy había un lobito solitario, ante el que se ha parado un barco, un grupo de cinco o seis y otros más en otro lado, acompañados de una multitud de gaviotas de alas negras.



Los lobos marinos viven casi hasta los 20 años. El macho mide algo más de dos metros y pesa unos 300 kilos. Tienen pelo. La hembra mide menos, 1,8 metros y pesa de 100 a 140 kilos. Son marrones oscuros con diferentes gradaciones hasta el pardo clarito. Los cachorros se distinguen perfectamente: porque son más pequeños, claro está, pero también porque su color es beige oscuro. Funcionan como un harén: hay pocos machos asociados a varias hembras, pero también hay machos solitarios o que tienen una sola pareja. Les gusta tostarse al sol y por la noche salen en busca de alimento. Vemos nadar a un cachorro que juega con su madre y que luego se va a explorar. Los demás se mueven para rascarse solamente.



Desde Puerto Pirámides se puede acceder a la lobería fácilmente caminando. Hay un sendero que parte de la localidad y que llega al camino principal y, una vez en éste (en esa bifurcación hay unos troncos) hay que ir hacia arriba, hacia la izquierda. El camino es de ripio, tiene subidas y bajadas y es muy ancho para que pasen bien los coches, así que se recorre fácilmente (tened en cuenta que yo me caigo en lo más llano y mi rodilla y mi mano lo atestiguan). Eso sí: en esta época hace falta una botella de agua bien grande porque en Puerto Pirámides hace calor, es un clima desértico y no hay árboles, así que no hay una sombra. Una gorra tampoco estaría mal. ¿En coche o andando? Pues hace calor, son cinco kilómetros y cuando toca una cuesta de subida te quieres morir, pero el camino merece los sudores porque ves Puerto Pirámides desde arriba, hondonadas preciosas desde las que pararse a recuperar el aliento y ves el mar y también es posible avistar, allá a lo lejos, alguna ballena nadando con su cría. Hay unos sanitarios a la entrada de la lobería (es decir, a 400 metros de ella) con agua potable para rellenar las botellas. Están súper limpios y hay papel.


Que haya pocos lobitos es una suerte, porque, seamos serios, huelen a perro muerto, así que los observamos con calma (realmente, es que no hacen nada) y luego volvemos al pueblo, con el sol en lo alto. Los caminos de regreso siempre se hacen más duros. Falta aún una hora y pico para la marea y decidimos regresar. Más subidas y más bajadas. Adriana busca la sombra de un cartel y de unos arbustos para meter la cabeza y yo me río, porque da lo mismo: hace un sol de justicia y estamos todas sudadas. De hecho, cuando llegamos a la entrada del pueblo (que, recordemos, es una calle y nada más, pero nuestro hotel está al final de la avenida) a mí me entra un ataque de risa histérica y me paro porque no puedo caminar más y porque me parece que Deluna está a miles de kilómetros de distancia.