viernes, 25 de enero de 2013

Todo glaciares II


Ha salido el sol, navegamos a 35 kilómetros por hora y el viento parece que va a lanzarte al agua (dudo mucho que alguien sobreviviera más de un minuto aquí). En la Boca del Diablo comienzan a verse los primeros icebergs de formas caprichosas, desde planchas inmensas y planísimas hasta triángulos recostados o castillitos. Uno podría jugar a qué se parecen, igual que lo hace con las nubes. Nunca había imaginado que yo iba a ver icebergs: al natural, se comprende el hundimiento del Titanic. La excursión cuesta un ojo de la cara y medio riñón (720 pesos: 620 por una parte y 100 para extranjeros el acceso al Parque Nacional: 120 euros en total), pero merece el dinero que se paga.

Spegazzini
Seco


El Spegazzini es el más espectacular para mí porque en el sur de su brazo hay otro glaciar, el glaciar Peineta, un glaciar tributario que baja de la montaña del mismo nombre. No llega a desembocar en él, pero lo parece, desde lejos, y es una preciosa manera de observar cómo se forman los glaciares, la naturaleza abriéndose paso entre la propia naturaleza, con fuerza. No retrocede: el Upsala, por ejemplo, sí lo hace. Y es alto, muy alto: 130 metros llega a alcanzar, aunque parece que está ahí al lado, pequeñito, desde lejos, impresionante. Si uno pudiera colocarse abajo y mirar hacia el cielo, sentiría un vértigo horroroso. Todos ellos forman parte del Campo de Hielo Patagónico, 16.800 kilómetros cuadrados de hielo y más hielo en diferentes parques nacionales: el Bernardo O'Higgins y Torres del Paine, que están en Chile, y el Parque Nacional Los Glaciares, en Argentina.