miércoles, 23 de enero de 2013

Todo glaciares I

6 de noviembre de 2012.



Podría comenzar a describir. Que el Lago Argentino parece leche cuando lo navegas. Que los glaciares son blancos y los colores que vemos, salvo el marrón que se produce por las morrenas del glaciar arrastrando la tierra, son ilusiones ópticas porque esos azules en realidad no existen aunque yo los vea. Que las fotos nunca le harán justicia, a ninguno de ellos: ni al Seco, ni al Rico, ni al Spegazzini, ni al Upsala, ni al Perito Moreno en su cara norte. Que uno revisa las imágenes y piensa: son bonitas, pero no sé si a los demás les transmitirá esa sensación. Supongo que la palabra "indescriptible" se inventó para cosas como ésta.



Cuando llegamos al barco, que sale de Punta Bandera, llueve. Intento prepararme mentalmente para otro día como el de anteayer, con la cámara mojada y una luz uniforme, pero luego sale el sol y es un alivio, por mucho que a mí me guste la niebla. El barco recorre el Brazo Norte del Lago Argentino y luego va hacia el Brazo Spegazzini y hacia el Canal de los Témpanos para ver el Perito Moreno. En el brazo norte está el glaciar Upsala, de 870 kilómetros cuadrados, el más grande del parque. A veces, por los icebergs, el barco no se puede acercar tanto como hoy. Nos quedamos a unos 800 metros. Porque el Lago Argentino está lleno de icebergs: algunos muestran una superficie pequeña: lo que vemos es un quince o un veinte por ciento de su tamaño total: el resto está bajo el agua. Otros son planchas inmensamente grandes: un trozo del glaciar se desprende y cae en el barco: los turistas se hacen fotos y más fotos con el pedazo de hielo, yo le tomo dos a Adriana.



Para usar la cámara, el barco es un poco la ley de la selva, pero se puede hacer fácilmente. Algunos estiran los brazos hacia arriba: van a salir todos iguales. Lo curioso es que se callan, nos callamos todos, cuando el barco se va deteniendo porque la vista de los glaciares exige silencio. Una pareja comienza a besarse desaforadamente cuando nos ponemos en marcha de nuevo y no me extraña, porque en este barco a mí me hace falta mucha gente: me hace falta Erik, dentro de 20 años; me hace falta Nico, trabajando en Buenos Aires -me acuerdo mucho de él-; me hace falta la visión observadora y entusiasta de Pupe; me hace falta Belén, me hace mucha falta Belén.