miércoles, 30 de enero de 2013

El último día en El Calafate

Es la última vez que escribo en la mesita de fuera del Nakel Yenú. Esta mañana ha sido la de compras: un collar de rodocrosita para mi madre, un mate para Nico que no me convence (pero no encuentro el que me gustaba, no sé dónde lo vi); imanes para la nevera de piedritas del Lago y varias postales y marcapáginas. Mando una a casa y otra al trabajo. Los días, a pesar de las mil imágenes que estoy aún tratando de atesorar, para que no se me olviden nunca, transcurren rapidísimos. Ahora esperamos el transfer que nos lleve al aeropuerto.

La mesa del Nakel Yenu con mi bolso y la mochila de la camara

Miro los Andes de esta zona por última vez, con esas nubes grises, azules y blancas, que se transforman en niebla cuando ascienden a la cumbre y caen luego con fuerza en el Lago. Esta mañana llovía. Adriana decía que el cielo estaba llorando porque nos íbamos, pero luego nos ha regalado un día soleado, ventoso como siempre, con este viento frío que te hiela las manos y ese sol que de vez en cuando, cuando menos te lo esperas, decide calentarte la cara y darle un tono tostadito.

Entrada de la Posada Nakel Yenú

No quiero ni pensar en cómo tiene que ser la vida aquí en invierno. El Calafate, contaba Virginia, del Nakel Yenú, se paraliza en invierno. Es caro, porque los precios son turísticos: para los lugareños también. Ayer veíamos a los niños, mochila al hombro por el camino de tierra embarrado, yendo al colegio, y por la tarde los vimos jugando en los columpios, en un parque infantil muy grande y con muchas atracciones. Yo estoy de paso, pero siempre pienso en cómo será la vida diaria en los lugares a los que voy y creo que aquí ha de ser dura, por las temperaturas bajas y por los precios -"es recarísimo", decía Virginia: "y hay que ahorrar para la temporada en que no hay trabajo"- inflados para los turistas europeos.