domingo, 23 de diciembre de 2012

Un bus turístico caótico

1 de noviembre de 2012

Casa Rosada


Hoy nos subimos en el bus turístico. Lo lleva la empresa Buenos Aires Bus y ofrece un recorrido por algunos de los lugares emblemáticos de la ciudad, así que uno se puede hacer una idea de la multitud de contrastes que alberga Buenos Aires. Nos saltamos tres paradas porque hay una manifestación de camioneros y, claro, luego ya la cinta que te va hablando por los auriculares se vuelve loca: entre otras cosas, a mí me habla simultáneamente en español con acento argentino -sospecho que no es argentino, que es lo que aquí llaman "neutro", pero que es sudamericano igual- y en portugués. A la izquierda no hay nada de lo que dice y a la derecha tampoco: los monumentos y lugares en cuestión están diez minutos atrás... o faltan cinco minutos para verlos. Delante de mí hay una alemana rubia cuyo codo o cuyo cabello sale en absolutamente todas mis fotos: no, no es tan fácil disparar desde un autobús tembloroso en movimiento. Adriana y yo nos reímos mucho y yo descubro, además, que en el piso de arriba hay que tener mucho cuidado con las ramas de los árboles. Doy fe.

Protestas en la Casa Rosada

La Boca

La Boca es una institución, pero es un barrio marginal. Una mujer sola avisa, en una calle desierta, con un megáfono y los rulos todavía en la cabeza, de que van a pedir, a las seis en punto, un plan decente de viviendas para la zona. Que acudan todos los vecinos a la manifestación. En Tribunales están acampados los jubilados. Enfrente de la Casa Rosada hay otro campamento. Y en el barrio de La Boca veo un cartel en una casa, ensalzando al héroe colectivo: el único héroe válido -dice- es el héroe colectivo.



Si alguien me lee pensando que recomiendo el trayecto en bus, no, aunque sí sirve para tener una cierta panorámica (que a mí me ofrecen mucho mejor los colectivos, los autobuses urbanos). Pero recomiendo las visitas guiadas gratuitas que organiza la ciudad de Buenos Aires y que comienzan en la Iglesia Redonda de Belgrano. Una mujer de las que iba en el grupo ayer me dice, a mí que soy extranjera, que es un barrio muy lindo: "Acá tenés de todo: hay bancos..." "¿Y supermercados?" "Sí, creo que también, claro". Adriana se escandaliza: "¡Lo primero que nombró fueron los bancos!". Claro que el resto de su frase es aún más aterradora: "No hace falta salir del barrio". Ayer, o anteayer -ah, no: ayer, fue ayer- hablaba del miedo a mezclarse con Nico y él me contaba de la deuda moral con Paraguay, cuando Argentina la arrasó y ya no se pudo recuperar más.



Viendo este pedazo de Buenos Aires en el bus pienso que me recuerda, ciertamente, a Nueva York (hay una réplica de la Estatua de la Libertad, hay una réplica del Chrysler) y a un zoco árabe. Pero, también, el olor del río, las casas decadentes, la humedad en las paredes, me conduce, en la memoria, miles de kilómetros al este, a un lugar en el que siempre me pierdo y me reencuentro: Lisboa.