domingo, 9 de diciembre de 2012

Llegar

El camino del aeropuerto de Ezeiza a Saavedra nos muestra zonas inundadas por el temporal de anteayer. Parecen laguitos. Para los patos, dice Nico, que fuma un cigarrillo electrónico que me deja probar y que me pide un cigarro de los de verdad. Me va enseñando Buenos Aires. Esto es Buenos Aires, esto no es Buenos Aires, las casitas bajas del otro lado de la autopista ya no son Buenos Aires, allá está el Mercado Central, donde vienen todas las madrugadas los minoristas a comprar las verduras, pero puede ir cualquiera. Varios de los aparcamientos del aeropuerto están vacíos. "Una de las cosas que no me gustan de... mi país -lo dice sonriendo, irónico del todo, como un outsider- es que todo está preparado, pero nada funciona". Va hablando más, supongo que necesita un tiempo de adaptación. El alcalde, aprendo, aquí se llama intendente. Gobierna un tal Macri y hace mucho, en casi cada sitio en el que paraba el tren, surgió un barrio. Y la gente usa el agua de la red de abastecimiento para limpiar hasta sus coches: "Aquí verás que nos sobra el agua", masculla, y me da una vuelta por su barrio preferido de Buenos Aires, que es Belgrano, y aprendo que mi visión de Buenos Aires -la Casa Rosada, Caminito, el Obelisco, la Boca- no es la que es real porque la Buenos Aires que se me ofrece es la Buenos Aires parecida al Kensington Market de Toronto: edificios bajos, multitud de tiendas, miles de personas en las calles, en los parques, paseando a los perros, practicando kick boxing, bebiendo mate al sol, dibujando, haciendo artesanías para vender, colocando escaparates, tomando café en los bares, yendo a trabajar en el colectivo a las siete de la mañana.

Sí, la foto es una porquería, pero la que yo pensaba que estaba bonita del mate... ¡está completamente borrosa!

Llegamos a casa. Preparamos el mate, que se bebe hasta que la yerba suena, todos de la misma bombilla (me pregunto qué haría alguien estúpidamente escrupuloso en estos casos) y luego se le da al cebador (es Nico quien ceba mi primer mate) para que lo complete con agua, al lado de la bombilla, para no lavarlo. Es calentito y amargo y el último sorbo sabe asombrosamente fuerte. Pero me gusta. La charla, mucho más.