jueves, 27 de diciembre de 2012

Las guías de viaje

1 de noviembre de 2012

Las guías de viaje, sostiene Marcos, muestran una visión europea de Buenos Aires. Buenos Aires, sostiene Adriana, siempre quiso ser francesa. Pero no es París. No es en absoluto París. No hablan, las guías, de las miles y miles de tiendas, de las calles abigarradas, las carreteras urbanas llenas de coches, colectivos, taxis, remises, ambulancias, policía, todos tocando el claxon; ni del olor a verde de Saavedra y Belgrano o el olor a gasolina y asfalto del centro. Cenamos en el Café de los Angelitos y Marcos me regala un libro de repostería: "Nucha: historia, recetas y secretos de la mejor repostera argentina". Toda mi biblioteca de cocina argentina se la debo a él. En este libro se cita a Proust y Neruda. Hay tortas (aquí, tartas); tartas (aquí, tartas saladas) y otros platos, sobre todo dulces y Marcos quiere llevarme a tomar café. Aún no he probado ni el dulce de leche ni los alfajores ni nada.



El colectivo es un caos. No es un caos, ciertamente, porque hay infinidad de líneas y muchos autobuses que circulan a muy buena frecuencia (cada dos, cinco minutos, pasa uno), pero yo no sabría cuál coger ni cuál dejar. Son de colores, se mueven rápido y los escalones son altísimos: a más de uno hay que ayudarle a bajar y a subir.



El metro tiene varias líneas, cada cual con un tipo de vagón, todos ellos pintados invariablemente con grafittis. La B, por ejemplo, es de asientos corridos, blanditos y forrados de tela, a modo de vagón de diligencia. Los transportes son muy baratos y, como en todas las ciudades grandes, recomiendan vigilar las pertenencias. Yo no soy muy cuidadosa con eso, pero aquí todo el mundo parece pensar que Buenos Aires es muy insegura: no sé hasta qué punto es percepción o es realidad. El metro tiene la particularidad de que parece un pequeño mercado: ahora pasan vendiéndote una revista cultural, ahora pasan vendiéndote pañuelos de papel; ahora una niña de piel oscura y con la camiseta muy sucia pasa vendiéndote fundas de plástico para tarjetas por dos pesos y tú miras alrededor, a ver si la hija de la grandísima puta de la madre está cerca (probablemente, el padre se haya ido ya a otra provincia) para poder decirle que qué demonios está haciendo. Me da mucha rabia, es algo que siempre me ha dado muchísima rabia, me ponía enferma hace años cuando en Badajoz era común, me ponía enferma en Melilla cuando dejó de ser común en Badajoz pero comencé a ver a niños pidiendo limosna en cada terraza, y no solo en la feria, o hurgando en las basuras. Y me acuerdo de los niños de la India que me contó Begoña llena de rabia, que no se acercaban a los demás porque su sombra los podía contaminar y pienso que debería haber algo intocable -aquí sí: intocable- en un niño para que no creciera siendo un niño torcido, un adulto inestable.


5 comentaron:

Paula dijo...

A mí me robaron el celular en un colectivo... pero no por ello he dejado de tomarlos siempre que he estado en Buenos Aires. Fue un descuido tonto y luego lo pagó el seguro, así que todo bien :)

Los viajes que no hice dijo...

A mí no me robaron nada de nada... También es cierto que nunca me han robado. Y soy de lo más descuidada... No entiendo cómo los cacos no se fijan más en mí...

Paula dijo...

Por cierto, te recomeindo el libro "Buenos Aires tiene historia". Un muy bonita guía alternativa de Buenos Aires.

Los viajes que no hice dijo...

Genial. Lo anoto. Estoy haciendo un recopilatorio de guías alternativas... con un amigo.

Paula dijo...

http://www.librosaguilar.com/ar/libro/buenos-aires-tiene-historia/