sábado, 1 de diciembre de 2012

El año que viví dos primaveras

30 de octubre de 2012

Nunca sé cómo empezar el relato de un viaje. Yo iba a irme a París, cuando Adriana, que en realidad no es Adriana del todo, sino que tiene nick, porque la conocí en internet hace mucho, mucho tiempo, unos doce años, me envió un correo: "Siempre te estoy esperando por Buenos Aires... solo tenés que subirte al avión y ya". Y ahora estoy en ese avión. Escuchando a Amy Winehouse, a Sinatra, a Calamaro, a Yupanqui preguntándose a qué le llaman distancia ("solo están lejos las cosas que no sabemos mirar").

House on McGill


Las distancias, ya lo sé, no se me han dado bien nunca. Ni las distancias ni las despedidas. Supongo que cada viaje que hago se queda dentro, de todos modos. De Toronto recuerdo la primera mañana en el banco de House on McGill, en pijama en medio de la calle, con la cámara y una taza de café. Canadá no lo escribí. Nueva York sí y fue más importante, por muchas razones. Se escribe para vivir, al fin. Yo escribo para vivir. Y lo que leo de mí me saca de mí misma, me hace verme de otra manera y, al final, vuelve a transportarme.