miércoles, 5 de diciembre de 2012

Avión

31 de octubre de 2012.

El menú ovo-lacto-vegetariano en Aerolíneas Argentinas es vegano. En vez de mantequilla te ponen margarina. No te dan pan, sino crackers. La ensalada es distinta. No hay bizcochito, sino fruta, de postre: piña y melón. Arroz con verduras a la brasa (y tres tiras de pimiento, que aparto convenientemente). El viaje es largo y un coñazo. Doce horas en un avión minúsculo (es asombrosamente grande, pero la clase turista parece un autobús) en el que he dormido hasta que se me ha entumecido el cuello y se me han hinchado las piernas. El desayuno omnívoro es un croissant con mantequilla y mermelada. A mí me ponen una ensalada (con tres clases de pimiento, juas) y fruta. Es más ligero, sí, pero es la primera vez en mi vida que, a las siete de la mañana hora española, como canónigos, lechuga, tomate y pepino.

Filete porteño. Argentina. Foto mía, como todas las que pondré.

Falta poco más de media hora para aterrizar. Llegué al aeropuerto a la una y pico y, en la cola del check-in conocí a dos chicas, una de Santa Cruz, Virginia, asombrosamente guapa, y una profesora jubilada, Liliana, que ha venido a España a ver a su hija y que nos cuenta su historia familiar, con un hijo adicto y un nieto del que se ha ocupado porque su padre y su madre -"la madre es una casquivana"- no pudieron, o no quisieron, hace once años. Virginia tenía un novio en Santa Cruz, se asfixiaba en esa ciudad llana y, cuando cogió un avión para visitar a su hermano en Elche, nunca utilizó el billete de vuelta. Yo conocí a Adriana hace más de una década y nos vamos a recorrer Argentina de norte a sur. Tan de norte a sur que no sé ya ni cuándo hacemos qué o por qué demonios recalamos en San Carlos de Bariloche. Claro que yo ahora me metería en una cama o en un jacuzzi...

Ya estamos bajando. Mi reloj marca las 8:05 de la mañana, pero aquí son las cuatro de la madrugada. Salgo de noche y llego de noche. Hemos ido persiguiendo la oscuridad.