jueves, 16 de agosto de 2012

Argentina


Ahora estoy enfrente del Thyssen, con sus cartelones de Hopper, pintor del que no vi nada en Nueva York -el Whitney tiene sus cuadros, la mayoría, en el almacén- y que fotografió la vida americana como nadie. No está el Nighthawks, porque el Art Institute of Chicago se resistió a perder sus Meninas, pero es la mayor retrospectiva que se ha hecho de este señor que siempre me gustó. Tengo -pienso ahora- que limpiar la cámara, que tiene manchas de polvo en el sensor, antes de fotografiar el Perito Moreno y debería salir a practicar las panorámicas, si es que encuentro algún programa pirata que me las construya. Iré con una libreta en el bolsillo trasero, para apuntar los lugares que fotografío y, si tengo tiempo, volveré a escribir en los bares o en la terraza de Adriana lo que voy sintiendo durante el viaje.


Imagen de La Trochita.

Visitar a Argentina para ver a amigos es muy distinto, también. Hay otro modo de tomarle el pulso a la ciudad cuando piensas en comer con X o con Y o en ver una región, Chubut, con alguien que la conoce bien. No he parado de recopilar información que aún no he estructurado, sobre los Alerces, el Calafate, los 48 barrios de Buenos Aires o la península de Valdés, a la que yo conozco así, como península de Valdés a pesar de que en todas partes aparezca sin la preposición, porque me la nombró así una argentina hace muchos años. Es temporada de ballenas. Me gustan mucho las ballenas. Aprendo nombres sonoros: Trelew, Puerto Madryn, Humahuaca. Veo fotos de quienes estuvieron antes que yo y me paraliza no saber apresar con la cámara la inmensidad de la cultura y los paisajes de ese triángulo inmenso.

Pero Hopper me espera. América siempre ha sido una premonición.