domingo, 12 de diciembre de 2010

Robert



El camino hacia Grove Street. Please, don't let the door slam. Levantarse a las seis de la mañana, pasear con un perro que tiembla si te vas, lanzarle la pelota, sentarme en la alfombra para acariciarlo; las calles de Manhattan contigo en coche; un viaje a Cold Spring; un Kindle sorpresa; tú, apoyado en el quicio de la puerta, con una Coronita en la mano, para preguntar qué tal el día; tu sonrisa irónica; tu rizo rebelde. Los dos tonos distintos de voz. Aprender palabras nuevas. La reunión de los lunes. Las camisetas con mensaje. Una revista de geeks. Verte hacer cosas: conducir, prepararme un sándwich de salmón, fregar los platos. La forma en que acaricias a Boule con el pie. Tu generosidad. Que me hagas el café. Mirarte las pecas. Que me borres las fotos y me saques de quicio pero acabe riéndome porque lo cierto es que me divierto mucho estando contigo.

Ha habido más cosas: unas botellas de vino, un revelado, fotografías nocturnas, nuevos amigos, los tamales, una mujer apabullante y Boule siempre. Ahora está tendido a mis pies.

No te lo voy a poder agradecer nunca, Robert. Toda la belleza que eres capaz de generar, tu manera de acogerme y de cuidarme, el modo tan hermoso que has tenido de hacerme sentir en casa. Nueva York y Jersey City son mucho más bonitas cuando tú caminas por ellas. Cuídamelas, a las dos.

De Boule no te digo nada porque ya sé que lo cuidas. Voy a acordarme mucho de él.

Y a ti voy a echarte mucho de menos.

15 de septiembre.