miércoles, 22 de diciembre de 2010

Manhattan bajo la lluvia

Al final sí vuelvo a Manhattan. Llega la hermana de Robert. Vamos a recogerla a la Penn Station y, mientras ellos hablan, yo observo cómo era ese edificio magnífico que se destruyó. Y me llevan los demonios, porque era verdaderamente impresionante. Llueve. Nos metemos en Borders y curioseamos. Hay muchísimo bullicio en la calle. Una mujer drogada y borracha y dos o tres mendigos que me piden cigarros. Estoy abasteciendo a todos los sintecho de Nueva York. Me dan la mano y me saludan. Cuando llega nuestra visitante, cenamos en la terraza del Cookshop, protegidos por una sombrilla cuadrada mientras afuera llueve. Los dos hermanos juntos son muy divertidos.

Maíz frito (curioso), spaguetti para mí, pizza para ella y un plato con berenjenas para Robert. Y los primeros pimientos que me gustan en mi vida.

Eso sí que me asombra.

Robert no me deja pagar. Me sonríe:

-Es tu última cena.

Cuando llegamos a casa, Robert le pregunta si se ha traído los zapatos. Tiene el mismo número que yo y me los deja: son acharolados, magníficos, de un diseñador del que no recuerdo el nombre pero con unos taconazos de vértigo. Los saca de su maleta y me dice: Póntelos.

Robert está en su cuarto y le silbo:

-Mírame bien, porque ningún tío me ha visto jamás, ni me verá, con unos zapatos así.
-Wow. ¡Te quedan muy bien!

Creo que alguna vez debería aprender a andar con tacones.

16 de septiembre.