martes, 30 de noviembre de 2010

El Puente de Brooklyn


Es Sean quien me indica cómo llegar al puente de Brooklyn. Lo ando y lo desando. Yo tenía la idea de ir recitando a Walt Whitman (que, total, su Crossing Brooklyn Ferry bien podía haber ido dirigido al puente), que me parecía lo más romántico del mundo, ir por el puente de Brooklyn diciendo aquello de Others will see the shipping of Manhattan north and west, and the / heights of Brooklyn to the south and east; / Others will see the islands large and small; / Fifty years hence, others will see them as they cross, the sun half an / hour high; / A hundred years hence, or ever so many hundred years hence, others / will see them, / Will enjoy the sunset, the pouring in of the flood-tide, the falling / back to the sea of the ebb-tide. O a Kerouac. O a Maiakovski. O hasta a la Szymborska, que mira que me gusta esa mujer.

Pero el camino peatonal del puente (y el de las bicicletas: conviven casi cordialmente invadiendo los carriles contrarios: unos y otras) es elevado. Y es de madera. Y se alza sobre el suelo, que ya lo he dicho. Y sí: me acuerdo de Whitman, de todos modos. De Whitman, Maiakovski y Marianne Moore. Todo el camino.

Voy cagándome en la puta madre que los parió.

Porque yo tengo vértigo, señores. Y todos esos coches están debajo de mí y sus luces se cuelan entre los travesaños del puente y a mí me van empujando hacia la orilla todas las hordas de turistas con sari, sin sari, con pañuelos, con bermudas, con radio cassettes y con gorras luminosas. Y las maderas tiemblan y yo pienso que ese sitio ha aguantado siglos. Sin derrumbarse, aunque a su ingeniero, John Auguste Roebling, le diera más de un quebradero de cabeza y la obra la tuviera que comandar su mujer.

El camino de vuelta es mejor. El de ida, me lo paso pensando que quiero un novio que me tome de la mano en los momentos de pánico (una chica se ha mareado y la atiende un grupo de policías en uno de los bancos del puente). Yo sólo quiero un novio durante las zozobras. Pero, como no lo he tenido nunca, no lo tengo ahora y voy por el camino de no tenerlo, me digo que más vale sacar la cámara y disparar, mirar al frente y arriba, a la luna creciente, al Empire y al Woolworth, al perfil de Brooklyn y a los colores del atardecer, tan naranjas, tan rosas y tan violetas hoy (me recuerdan a los de Badajoz). Y olvidarme de las maderas que crujen, del puente que tiembla, de los coches ahí abajo y de los turistas a los que se les ha ocurrido hacer lo mismo que a mí un 11 de septiembre que además es sábado, y de las bicicletas haciendo sonar sus timbres a todas horas.

Pensaba ir a la Esplanade, pero es de noche, no hay un alma porque todos se han quedado en el letrero del puente que pone Welcome to Brooklyn, no hay ningún bar a la vista y no me queda otra que hacer andando de nuevo el camino de vuelta. Sudo a mares nada más comenzar.

Ahora ya en casa y con suelo firme bajo mis pies (relativamente, porque el edificio de Robert también tiembla cuando pasa mucho tráfico) pienso que sí, que es una construcción magnífica e imponente, un puente muy hermoso.

Para verlo desde abajo.

11 de septiembre.