lunes, 25 de octubre de 2010

Una botella de vino

Hoy no será a las diez. Cuando estamos a punto de sacar a Boule, llama Fernanda. Una mujer apabullante, budista, periodista y fotógrafa. Vamos a su casa, los tres (Robert, Boule y yo), Robert descorcha una botella de vino (argentino, como ella) y lo que prometía ser una copa rápida acaba con la botella vacía y un paseo al lado del río a la una de la madrugada. Hoy descubro que hay vida más allá del Legal Grounds. Una vida inmensa, con el Empire State iluminado de azul, al otro lado del monumento por el 11-S, una viga de las torres en las que hay flores y banderas: algunas, totalmente secas y polvorientas.


Hablamos de cómo se vivió aquel día. Robert estaba en Manhattan, en el Midtown, y no vio nada. Fernanda hizo fotos para periódicos que no ha querido volver a mirar desde entonces. Antes nos hemos estado riendo mucho. Me hablan del happy ending ("¿esto qué es? ¿Una costumbre local!"). Con masaje tántrico o sin masaje tántrico, pero con masturbación incluida al final ("son pajistas", me dice Robert. Lo de "pajistas" lo aprendimos de Mónica, hablando de una puta de Ballesta a la que yo me encontré cuando Nerea y yo salimos a analizar los espacios públicos del barrio). Masturbación manual o sexo oral ("claro que algunos siguen, si tú quieres"). La charla lleva al sexo, a las relaciones y a la necesidad de tocarse, sin connotación sexual alguna, una caricia, un abrazo, un achuchón. Robert recuerda el día en que me presentó a un hindú y yo me acerqué a darle la mano: la cara de susto que puso el chico era la misma que si hubiera sacado un cuchillo jamonero. Los americanos no se tocan. O se tocan poco. Y a mí eso siempre me ha parecido muy triste, porque yo sin el contacto físico no puedo vivir. Me acuerdo de Elías Moro (tengo que llevarle un cuaderno, pero aún no he visto ninguno que me guste para él), que también es como yo, cariñosísimo. Siempre me ha parecido una tristeza acotar todos esos centímetros cuadrados de piel a una sola persona que luego, además, puede largarse por donde ha venido. De ahí llegamos a las parejas. "Todo comienza muy rápido y se termina muy lento. Y es muy duro".

El vino está muy bueno y siempre desata la lengua.

-¡Estoy tomándome una copa en Jersey City!

Creo que es el viaje más curioso que he hecho en la vida (bueno, tampoco han sido tantos: Canadá y Nueva York), pero no me siento una turista, sino alguien que se queda en casa de un amigo y va a ver el pueblo de al lado.

El pueblo de al lado tiene muchos rascacielos que se llenan de lucecitas cuando cae la noche y esas lucecitas se reflejan en el Hudson, que también mece los barcos del puerto. Destaca el Woolworth, al que aún no me he acercado mucho. Acabamos acostándonos a las dos de la mañana. Creo que hoy haré fotos nocturnas, por fin, al otro lado del río.

6 de septiembre (aunque lo escribí el siete).

4 comentaron:

Unknown dijo...

A partir de ahora tienes el privilegio de convertirte en el primer blog de amigos que me bajo al Ebook, en formato libro electrónico y es que me he retrasado en la lectura y no me quiero dejar las pestañas...

Los viajes que no hice dijo...

Anda, qué gracioso. No sabía que eso se podía hacer...

María Fernanda Hubeaut dijo...

Mi linda Olga eso de mujer apabullante me ha quedado em el alma, a que te referiste? jajjajaja Explicate!

Los viajes que no hice dijo...

Oh, Fer, qué alegría verte por aquí... Esto se llama "responder por alusiones".
Apabullante eres, querida. Luego no, pero al principio sí: esa fuerza, esa contundencia... Yo creo que ni tú misma te das cuenta de la fuerza (y la fortaleza) que transmites (aun en tus peores momentos).
No es un "apabullante" malo: es un "esta mujer me deja sin palabras".
Salvo cuando hay una botella de vino por delante, jajaja.
Un beso, amor.