viernes, 1 de octubre de 2010

South Street Seaport

Sé dónde voy a comer. En South Street Seaport. Ya veré Battery Park otro  día. El perfil de Manhattan desde el ferry parece una sucesión de  torrecitas de Lego. Rascacielos grises, marrones, negros, verdes. Miles  de ventanitas diminutas. No me sobrecoge. Eso es porque puedo sentir que  he llegado a casa. Voy sin plano y voy sin guía, no he comprado la  Metrocard ni el bono para el Path porque sólo me he movido en barco. Y  no me pierdo: creo que me he estudiado tanto el mapa de Nueva York que  ahora no me hace falta.





Siempre me han gustado los puertos. Ahora  no hay ninguno que no sea deportivo o turístico, pero aun así me siguen  llamando poderosamente la atención. Quiero comer. Busco el Stella (213   Front Street), acogedor, fresquito, con una pasta carbonara que no es  carbonara aunque tenga bacon y huevo, pero que está exquisita. La prueba  de fuego será el café: espresso, pido: mitad leche, mitad café. No está  malo. Por cierto, no sé cuántas personas me han dicho que todo el mundo  habla español. Deben de haberse ido todos de vacaciones, porque estoy  practicando inglés como una loca: doy indicaciones de cómo llegar a los  sitios, explico dónde está Extremadura, pregunto dónde incluyo la  propina… No hay nada como necesitar comunicarse.






Ah. No sé si serán chinches, pero me han picado todos los bichos de Nueva York. En los pies. No habría otro sitio más cerca.

30 de agosto.

Las fotos son de la comida y del puerto, claro está.