jueves, 21 de octubre de 2010

Hudson Valley

Cold Spring es un lugar encantador, que Robert ya conocía, pero todavía estoy tratando de dilucidar si es más encantador el pueblo o el camino que conduce a él. Pasamos por Central Park para recoger a las niñas: es la primera vez que veo el parque tan de cerca. Y después, después del Woodbury, sólo hay árboles y más árboles, una vegetación exuberante y verdísima, algunas hojas ya mudando el color y preparándose para el otoño, y el río, calmo y gris, que luego se volverá de plata al atardecer.



Qué suerte tengo de estar viva, pienso. Qué suerte tengo de estar viva el 5 de septiembre de 2010, a la una menos cuarto de la tarde, con Robert a mi lado, conduciendo, la radio escupiendo éxitos de los 60, los 70 y los 80, con Mónica detrás y Boule más atrás aún y mis ojos abiertos para observar este paisaje al que no le podré hacer fotografías y que tendré que memorizar para siempre.

Un robado en Cold Spring.

Me acuerdo de Canadá también, me acuerdo mucho de Canadá y me siento en casa, en terreno conocido y, cuando llegamos a Cold Spring siento que ya he estado antes en este lugar de casitas bajas de colores y maderas pintadas, con la bandera americana, construido en el siglo XIX y con tiendas en las que venden carteles con diálogos del Mago de Oz.



Paseamos. Hablamos con gente (una chica espitosa: "¡Me emociono cuando oigo a alguien hablando en español!" Yo la cojo de los hombros: "Te comprendo perfectamente"), cuidamos de Boule, el camarero le trae agua al perro sin que se la hayamos pedido, entramos en muchas tiendas de antigüedades curiosísimas, observamos a los turistas, hacemos fotos, charlamos. Robert me dice que está contento porque yo haya podido salir de Nueva York y ver el Hudson Valley ("siempre viene bien salir de la ciudad") y yo le digo que estoy contenta porque él va a ver a sus padres.



Hemos quedado en la mansión Vanderbilt, a la que se accede por un camino particularmente hermoso ("anoche soñé que había vuelto a Manderley"), que despierta la frivolidad brutal de querer ser millonaria en ese preciso momento para comprarle el terreno al Estado: acres y acres de césped recién cortado con árboles centenarios dispuestos armoniosamente. La madre de Robert le pregunta a Mónica cómo me las apaño en Nueva York. Cuando llevamos media hora juntos, la mira:

-Se apaña perfectamente.


Mansion Vanderbilt. Paisaje.


Y mansión.

Nos queda un buen trayecto: llegar a Nueva York comiendo una bolsa de munchkins de Dunkin Donuts por el camino; despedir a Mónica, volver a Jersey sin parar de hablar, dejar el coche (el Gobierno quiere cobrarnos nuevamente las tasas, porque llegamos dentro de los veinte minutos de cortesía que marca Hertz). Yo cabeceo. Y sonrío, porque me pone de muy buen humor ver a Robert contento: siempre se está preocupando de que los demás estemos bien.

Me gusta mucho y se lo digo a cada rato.

5 de septiembre.

2 comentaron:

silvia.z dijo...

No te imaginas lo que disfruto acompañándote, aunque sea virtualmente, en este viaje maravilloso. Me encanta la manera en que lo describes todo, realmente consigues que me sienta inmersa en esos lugares tan bonitos que recorres. Muchas gracias por compartir todo esto con nosotros.¡Un beso!

Los viajes que no hice dijo...

¡Silvia! Qué alegría verte por aquí y que me dejes un comentario... Qué ilusión me ha hecho.
Muchas gracias, guapa.