lunes, 4 de octubre de 2010

En el Rockefeller y más allá


Adoro de Nueva York el que sea imposible perderse. Completamente imposible. También el que haya un parque con bancos en cada esquina. Sentarse en un banco sola tiene sus peligros, de todas maneras. En Bryant Park, un señor que antes me ha pedido dinero (I'm sorry. I don't understand you, miento) se me para enfrente para pedirme un cigarro. Piensa que soy gitana. Quiere darme conversación, pero no me gustan los mendigos que no conozco.

Cuando me levanto, una chica ocupa mi asiento y se echa a llorar, desesperada.
Nadie la mira.



Me gusta la vida callejera de esta ciudad. Y el olor de las calles, que va cambiando: ahora a pretzel, a perritos calientes, a café, a humo, a asfalto. He pasado antes por Midtown Comics y me he acordado de Roy. Y por la Drama Bookshop, donde se atrincheró mi hermano mientras los demás subían al Top of the Rock. No entro porque las compras de la zona las voy a dejar para cuando visite el ICP. Además, por hoy ya he tenido suficiente. Ahora estoy sentada en el Starbucks del Rockefeller Center: yo quería un simple café con leche y con hielo y me han puesto un tanque lleno de nata y chocolate que se supone que he pedido (pero, ¿milk no era leche?). Me da lo mismo: ¡¡hay mesas y sillones!! Sillones con respaldo blandito, aire acondicionado para mis pies hirviendo.





También me acuerdo de Locotomoro. Me he pasado dos meses copiando direcciones de pastelerías y, después de haber comido un poquito de taboulé y de hummus, llego a Magnolia Bakery y salgo sin pedir nada. Creo que, si me quedara un mes, conseguiría la talla 38. Por lo menos.



Pienso que, por mucho que yo anduviera por estas calles, por las mismas, una y otra vez, siempre habría algo asombroso en ellas. Fotografío la puerta del Algonquin, donde Dorothy Parker debatía con los amigos. No entro porque me da vergüenza (luego miro el menú de la Round Table y no es caro: 39 dólares, sin tasas, sin propinas). Me asomo a Diamond Row, que me parece un auténtico horror, literalmente: las joyerías no me apasionan en absoluto, llevo diez años con el único anillo que me voy a poner, uno de plata que antes era liso y ahora está rallado. Es una calle bulliciosa y con letreros dispares que me espanta. Y, como me espanta, ni la recorro. No sé qué le ven de turístico, pero hay miles de personas haciendo fotos. Yo sigo hacia el Rockefeller Center: me planteo subir al Top of the Rock, pero ya lo haré otro día. Me queda aún un montón de camino.

Y no me siento sola, ni me sobra el tiempo.

31 de agosto.

Las fotos son mías. La segunda, la tercera y la cuarta son del Rockefeller.

3 comentaron:

Isabel Sira dijo...

Y es verdad que no hay quien se pierda...

FLaC dijo...

¡Qué ganas de volver! Me quedaron catorce mil doscientos veintisiete millones de cosas por hacer, pero sobre todo una: la próxima vez que vaya tiene que en temporada de la NBA y tengo que ver un partido de los Knicks. Al menos una vez en la vida.

Los viajes que no hice dijo...

Arwen, por lo menos en Manhattan: el resto ya es otro cantar...

FLaC: debe de ser un espectáculo estupendo: mi amiga Vanessa fue (es del Unicaja, como tú, forofa forofa) y flipó...