martes, 12 de octubre de 2010

Come fly away

El Lyceum: es la más decente que tengo, así que imaginad cómo son las demás...

El Marquis Theatre está en pleno Times Square. Cerca, el Lyceum, el teatro más antiguo de la ciudad, un edificio hermosísimo en el que además siguen representándose actuaciones. Vislumbro un poco el interior, pero no me atrevo a preguntar si puedo entrar porque me da vergüenza (debería haber venido con Pupe, que es mucho más resolutiva que yo). Cuando por fin encuentro la taquilla del Marquis (dentro de un edificio en el que está el restaurante-bar The View, al que no subo porque sólo ver los ascensores me marea) y consigo mi entrada, hay que subir al primer piso: venden CDs de Frank Sinatra, algún libro y camisetas del musical. Dentro del teatro, un gran telón con la firma de Sinatra y el título de la obra. Cambiando de color.

Parte del cartel de Come fly away, fotografiado por mí a la entrada del teatro.

El escenario es un bar. Primero aparece Betsy (Laura Mead), torpe, con su vestido años 50, toda rosa ella. Y Marty, también torpe, Charlie Neshyba-Hodges, del que luego leeré que es licenciado cum laude en arquitectura y danza, que no sabe ni ponerse el delantal y que será uno de los personajes más queridos de la representación, además de todo un monstruo capaz de dar volteretas imposibles en el aire y expresarlo todo con una mirada. Los vemos a los dos: el primer acercamiento, los colegas empujándole para que se declare, los colegas advirtiendo después de que ésta se quiere casar y tener hijos, el agobio de Marty y sus sudores.


Betsy y Marty. Foto de Joan Marcus.

También está Babe (Holly Farmer), una pelirroja guapísima, toda una sophisticated lady, elegantísima y sensual, con su dandy, Sid, John Selya, un chico guapísimo, guapo, guapo, guapo hasta rabiar (lo de los cuerpos esculturales, se les presupone a todos). Y Kate, una camerunesa cuyo nombre es Karine Plantadit, que parece una leona y una gata y que es la mujer libre que ahora está con uno, ahora con otro, destrozando corazones hasta que le pagan con la misma moneda y se revuelve como un animal herido, aullando y sangrando.


Babe y Sid. Foto de Joan Marcus.

Siempre que veo un espectáculo de danza (qué bestia Twyla Tharp, qué manera de ensamblar todas las piezas), me admiro del control del cuerpo, del control de todos y cada uno de los músculos del cuerpo y de la física: cómo apoyar los pies en la cadera del compañero para bajar por sus piernas; en qué punto exacto hay que agarrar un muslo y un brazo para balancear a alguien. Observo, además, la maestría de los músicos: señores mayores que tocan el saxo y la trompeta con pulmones que ya hubiera querido yo para mí a la hora de subir a la Estatua de la Libertad. La música es de Frank Sinatra, pero también canta una mujer (Hilary Gardner) a la que le presupongo la felicidad por hacer un dúo con semejante señor (a mí ese tipo siempre me cayó bien, en general, a pesar de sus muchas sombras) y recorre grandes éxitos: desde I've got you under my skin hasta My way. Acaba con New York, New York y yo me pongo a cantar a voz en cuello toda emocionada: a los neoyorquinos les dará igual, pero yo estoy ahí, en Broadway, con my little town blues y my vagabound shoes y mis pies recocidos y me siento la queen of the hill y me pregunto qué carajo hago yo viviendo en Mérida cuando existe esta ciudad eterna y cambiante, que se mueve como un ente extraño, con más vida cultural de la que yo podría abarcar en una década; con su historia de teatros, de literatos y de poetas que le cantaron al puente de Brooklyn porque sabían que aquí todo está por hacer y todo es posible.


Kate y Hank (Keith Roberts). Foto de Joan Marcus.

El escenario del Marquis Theatre y los bailarines son una buena metáfora de Nueva York: ocurren muchas cosas en muy poco tiempo. Aquí dos se besan, dos hacen el amor, un hombre se emborracha porque se ha quedado solo, otro quiere huir y tú no sabes hacia dónde mirar.

También vuelvo a constatarlo. No hay nada que me parezca más bello, más voluptuoso, más sensual, más provocador y más excitante que un hombre bailando.

Qué ganas de echar un polvo.

2 de septiembre.

2 comentaron:

Luc, Tupp and Cool dijo...

Es lo que tiene la danza, sí. Que todo se expresa a través de los músculos y el movimiento y pasa lo que pasa.

:) ¡Pobres pies y pobres hombros con el equipo colgado tanto tiempo! Menos mal de tus "pequeños" piscolabis.

Los viajes que no hice dijo...

Al final, la cámara no pesaba, Tupp: ¿puedes creerlo?