Les voy a confesar algo. Creo que los que tenemos ahora poco más de treinta años, conocimos a Tom Sawyer antes por esta serie de televisión de los ochenta que por las palabras de Mark Twain. Era el tiempo en que nos acercábamos a algunos clásicos por los dibujos animados. A D'Artagnan y los otros. A Phileas Fogg. A Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Luego ya nos enamoramos. Yo me enamoré de Huck. Y, sobre todo, de un párrafo de Huck en el que habla del lenguaje, cuando le prohíben jurar y blasfemar. Pero también de ese chico que era capaz de coserse el cuello de la camisa para que su tía no descubriera que se había ido a bañar al río.
Yo quiero a este señor al que me he ido encontrando en películas, en cuentos de superhéroes (por uno de ellos me enteré de que su nombre era Samuel Langhorme Clemens), en libros y más libros. Príncipe y Mendigo, Un yanqui en la corte del rey Arturo. Me sé algunas escenas de memoria.
Desde que leí a este hombre por primera vez, quiero surcar el Mississippi en un barco de vapor.
Un mundo en guerra
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Un periódico de la capital anunciaba el pasado domingo que Europa se estaba
preparando para un escenario de guerra. La palabra escenario es de las que
re...
Hace 1 semana