miércoles, 25 de noviembre de 2009

Luz y música

4 comentaron

Yo estaba rumiando un texto, por sus 34. De esos 34 llevamos juntas diez, mes arriba, mes abajo. Le debo haber creado un blog, como una excusa, y mucha parte de mi cordura, la mejor parte de esa cordura que intento conservar sin conseguirlo muchas veces. No te echo de menos salvo cuando estoy contigo. Ya se lo dije una vez y lo mantengo. Ahora está aquí y ya he dejado de temer que se vaya. Ayer nos reímos de unos ojos que lloran por un pueblo perdido entre curvas interminables y yo seguía pensando en cómo volver a decirle lo que la quiero y lo que me importa. Pero me he encontrado con esto y Chesku me ha dejado sin palabras...

Se llama Luz y música y lo copio aquí porque no quiero perderlo. No vaya a ser que algún día, por cansancio, decida abandonar el blog y cerrarlo y eliminarlo...

Aquella tarde de enero era imposible controlar los nervios. Era, una vez más, una cuestión de vida o muerte. La casa era preciosa y al entrar un fuerte olor a tabaco daba la bienvenida; todo estaba perfectamente colocado y los carteles del evento aparecían por cada rincón. Subí las escaleras y entré en la mesa redonda, donde me esperaban mis futuros compañeros. Entre ellos, una mirada verde escrutaba mis movimientos y me escuchaba atentamente, meneando la cabeza en tono afirmativo y de lado. Las preguntas que me formulaba su voz salían de sus labios con delicadeza, pero buscando en mí las respuestas adecuadas al enorme proyecto que se traían entre manos.

Diez minutos después de salir de la casa recibí la llamada que me abrió sus puertas, y meses después, celebrando la inauguración de la exposición de Xirgu en un pub cutre de Huertas, alguien nos preguntó si eramos hermanos. Tanto ella como yo dijimos que sí. Y ese fue el principio del cariño, de la complicidad, del esfuerzo por hacer sonreír al otro, de las penas compartidas, de las cervezas compartidas, del parentesco inventado, de la admiración mutua.

Le gusta cantar alto porque lleva la música en cada vena de su diminuto cuerpo; gritar con todas sus fuerzas a todo un peristilo y parte trasera de una escena legendaria a las seis de la mañana; adora sus dos islas, donde siempre es primavera; tiene prisa por recorrer el mundo entero, porque sabe que en el fondo no le dará tiempo comerse con los ojos cada paisaje; lleva la humildad y la serenidad hasta su perfección más absoluta; abraza con todas sus ganas; llora en silencio sus tristezas, y a sus "veinticatorce", sigue explorando y explorándose, se analiza, se estudia y se asimila; no se conforma con haber vivido, también quiere seguir viviendo para lograr un pedazo de este mundo y moldearlo como una escultura, dándole la forma y textura que a ella se le antoje o bien para pintarlo al óleo y resucitar en un cuadro perfecto todas sus luces y sombras.

Y yo cada día que paso con ella aprendo algo nuevo como hermano pequeño que soy, y con la luz que emana de esa mirada verde consigue contagiarme de su alegría, de su escucha, de sus ganas por cambiar lo injusto o lo aburrido, de esas pequeñas felicidades que a veces pasan por el lado de uno, sin darse siquiera cuenta. Ella sabe encontrar esas pequeñas cosas, y va y te las regala sin pensarlo para que las disfrutes al máximo, como hace ella.

Decía Galeano en un relato fantástico que las personas somos como fueguitos. A ella debo agradecerle que siga llenado mi aire de chispas.

Felicidades hermanita.

Mi regalo, además de ese libro de Dickens, es una flor canadiense, una foto hecha en los jardines de Cap à L'Aigle en Charlevoix.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Irse

9 comentaron

Me he ido muchas veces, de muchos sitios. De tantos que no sé qué hice, ni dónde estaba, a los 23, ni a los 25, porque mi vida se divide por ciudades y no por años. He dejado de mudarme, por ahora, aunque tengo que consultar siempre el tiempo exacto que llevo aquí.

Si tú pierdes la memoria, qué nos queda.

El otro día leí un mensaje, cariñoso, que le escribí a un tipo del que no recuerdo nada. A algunos otros los tuve durante mucho tiempo dándome vueltas en el estómago, surgiendo como un ahogo que me atenazaba la garganta o sintiendo en ellos ese sabor a óxido que producen la rabia y el desencanto. Hubo gente que vino y se fue, a otros los eché, otros se largaron sin que ocurriera nada y sin despedirse. No hubo preguntas, ni el beneficio de la duda. En algún caso, incluso, hubo promesas de que no ocurriría nada.

-¿Sabes lo que me jode? Que esto nos va a pasar factura a los dos.
-No, hombre, qué va, ni de coña.


Y ésa fue la última charla, hace casi un año. Me revienta comprobar de qué manera absurda puedo ser tan poco observadora y tan clarividente a la vez y en ocasiones. Justo en las únicas ocasiones en las que me gustaría no predecir el futuro.

Pero luego me he acordado. Este fin de semana voy a ver a una mujer que no dudaría en coger un avión para venir desde Francia si yo lo preciso. He repasado mentalmente el único hecho relevante que tengo que contar, me he imaginado mis palabras y sus respuestas, porque estaremos tres allí, como siempre. He visto sus ojos, dos días antes, la mirada brillante porque yo la estoy mirando, el rímel en su sitio, el marco negro de ese brillo, he recordado su voz y su recuerdo me ha llevado a otras vidas que vivo a trompicones, repartidas y a esa manera que tiene alguna gente de hacerme decir con dos frases que estoy perdida, que deseo, que no sé si esto se llamará vacío, que hay desorden o que añoro. Aún más: a la manera que tiene esa gente de hacer que la bola enorme y hueca que me anida a veces se vaya en dos minutos, por un tiempo.

Hay gente que no va a irse.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Rafael Chirbes o el porqué

14 comentaron

Hoy he estado hablando con Rafael Chirbes. Me ha contado que escribe para conocerse a sí mismo, para conocer el mundo en el que vive y el tiempo en el que habita. Que así intenta explicarse.

Yo también escribía para eso. Para lo primero, digo, porque desistí hace mucho de apresar el mundo. A mí me educaron tarde en palabras gastadas (participación, colectividad, dignidad, honor, clase social) y a muchas de ellas se las ha comido el mercado. Veo a gente cinco años más joven y no me reconozco. Ni siquiera sé si me reconocería en los de mi generación. Martín Gaite le dijo un día: "Escribimos para salir limpios del fondo de lo peor". Qué se cuenta, por qué se cuenta, a quién va dirigido, si el trabajo (el trabajo por el que cobras) influye -claro que influye, siempre-, por qué se construye un personaje y para qué. Si sería posible un trabajo colectivo. Si cierta vida elegida no significa decidir estar en el limbo. Si realmente decidimos y qué decidimos y con qué armas. O si estamos viviendo la vida que queríamos. Si conocíamos qué vida queríamos. Si criticar sin afirmar es válido. Si esta sensación de que tú no diriges va a seguir siempre así.

Cernuda: "Estoy cansado del estar cansado, entre plumas ligeras sagazmente".

Escribí para conocerme, el cambio no es posible sin violencia y siempre habrá partes de mí sobre las que ya no quiero volver. A pesar de que tengo 33 años y de que, cuanto más medito, más lo constato.

Estoy perdida en mí.

(Sí: la etiqueta está bien: éste es un texto político. Aunque no lo parezca. O sí).

martes, 3 de noviembre de 2009

Obituarios

9 comentaron

Taylor Mitchell, a la que yo sí conocía porque su disco me lo traje de Canadá.
José Luis López Vázquez, que era casi como de la familia.
Francisco Ayala, a quien escuché decir que la escritura nace de una necesidad estética hace doce años y de quien me enamoré por aquellos entonces.
Claude Lévi-Strauss. Que no, no es el de los pantalones.

Mierda de mundo, oigan.