viernes, 28 de marzo de 2008

Desahogo psicológico gilipollesco

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Me paso la vida dando vueltas y esperando. Ahorro porque no sé qué va a pasar dentro de dos meses. Puede que mantenga el trabajo, puede que no. Y, teniendo en cuenta mi perra suerte en la vida laboral, mucho me temo que será la segunda. Tampoco podré ahorrar demasiado: en mi futuro más cercano aparecen dos bodas en las que se me va a ir la pasta que debería guardar (regalo, menú, buscar un traje que me quepa -a ver dónde, con todas estas tiendas que consideran que una talla grande es la 42- y que me quede monísimo de la muerte y por el que no me cobren 400 euros, buscar unos zapatos, buscar un bolso de fiesta que no me pondré nunca pero que también me costará un riñón, porque estas cosas siempre cuestan un riñón). Y sigo esperando.


Espero poder irme un día de vacaciones, de viaje, a un extranjero que no sea Portugal. Una a Nueva York; otra a Túnez y a Amsterdam y a Noruega y a Alemania y a Cuba; dos más a Berlín; uno a México; otros a Egipto... A mi alrededor todo el mundo se larga. Tienen con quién, punto primero (no: no me gusta viajar sola: me parece un coñazo viajar sola. Y más cuando no conoces el idioma, no sabes dónde puedes ir ni cómo llegar y el sentimiento de aventuras lo dejas para los libros de capa y espada). Y tienen con qué, que es más importante. Que yo tendría, pero si me lo gasto, me quedo a cero. Y si me quedo a cero y en paro (que, repito, teniendo en cuenta mi perra suerte en el mundo laboral será lo más probable), nadie más que yo me echaré en cara la imprudencia. A este paso cumpliré los 45 y no habré salido de la Península.

Por no hablar de los "por qué no te compras un coche", "por qué no te compras una casa" (¿se puede comprar uno una casa y un coche y viajar una vez al año y pagar un alquiler -en algún lado tendré que vivir hasta que me den el piso- y comida, agua, comunidad y luz y dietista con 1300 euros al mes sin tener ahorrados más que 2000, porque me gasté 3000 en el carnet del coche y sin saber si dentro de un bimestre vas a seguir cobrando? Soy manirrota, vale, pero no me salen las cuentas).

Lo peor es la sensación de idiotez. De que no eres capaz de conseguir nada, ni siquiera una cierta seguridad laboral después de diez años trabajando. Que no sabes cómo demonios tienes que vivir ni cómo hacer para que no limitarte a vegetar-que es lo que hago, básicamente-.

Y me quejo porque me da la gana. Porque estoy harta del sistema y de mi vida sin tiempo ni posibilidades. Más del sistema que de mi vida pero también de mi vida. Que no es lo que tú haces de ella, sino lo que te dejan hacer. El cuento de que el futuro lo decide uno es sólo eso: un cuento, una pura ilusión de libertad de movimientos que sólo convence a los imbéciles. Por eso me quejo.

Por eso y porque si lo escribo a veces logro alejar el miedo.

No siempre funciona.

Me temo que hoy es una de esas veces.


martes, 25 de marzo de 2008

Noches solas

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Dicen que el que la sigue, la consigue. Es mentira. También -eso es verdad- que las ciudades se llevan dentro, igual que las personas, y que por mucho que viajes, arrastrarás las mismas trabas que antes de irte. Puede que descubras qué hacer con ellas. O puede que regreses al mismo punto de partida, ése que te marcan la memoria, la sensación de ridiculez porque la sigues, pero sabes que no vas a lograrla nunca.

En lenguaje de adicciones, lo llamaría recaída. Una vez y otra y vuelta atrás a recomenzar. Hasta que el tiempo haga su trabajo lento, hasta que la seguridad no le deje espacio a las ganas, hasta que se difumine el punto de atención y ya no busque unas letras, no intente averiguar por qué y deje de analizar el impulso que me lleva a esperar tanto de quienes sé que van a formar parte de una historia inacabada que se romperá siempre por ese eslabón más débil que siempre seré yo. Lo llamaría recaída, pero tiene otros nombres: insistencia, locura, indignidad, sinceridad, esperanza, arrastre. Una vez soñé a un tipo de espaldas. Ahí estaba yo: de frente, como siempre. Abierta, como siempre. Expuesta, como siempre. Ya no sueño a nadie que se niega. O no lo recuerdo, que es lo mismo. El pequeño triunfo cuando no hay victoria posible. Ahora lo descubro.

Qué mal me sientan las noches solas.


martes, 18 de marzo de 2008

Vacaciones

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Me voy de vacaciones. A recuperar las ganas que me faltan, a pasar algo de frío, a olvidarme de todo y de ti. A intentar no acordarme, que no se me pince el corazón a ratos, que se borre el rictus de la boca, la sensación de pérdida y de que nunca importé nada.

Me voy a ver piedras viejas, del siglo XI, a escuchar a mi hermano menor tocar la gaita al lado de un río, a reírme, a intentar seguir la dieta aunque haya chorizo y vino de por medio (para presumir hay que sufrir, dicen: tengo una compañera que se pasa el día comiendo dulces y está como un palillo: qué injusto es el mundo). No habrá nadie cuestionando el porqué de mi trabajo, ni yo misma; ni quejas; ni llamadas de teléfono; ni rutina impuesta; ni gimnasio que no sea caminar por la sierra, sortear las sombras, bajar escaleras.

Estarán Alonso hablando de caza, Ángel cortando jamón, Nati tratando a la gente como una madre discreta y acogedora, la ternera a la plancha, las carreteras sinuosas, los pueblos llenos de casas de adobe y vigas talladas con figuras desnudas. Y canciones y juegos de cartas y conocimiento.

No estarás tú. Espero que no estés tú.

Tejiendo

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He vivido alguna de esas noches mágicas, los dedos volando en el teclado, la mente despierta, esa sintonía que te hace estar más relajada porque no sabes quién es del todo quien está enfrente, al otro lado, pero eres capaz de intuirla al minuto. En la red también existen las primeras impresiones.

Conocí así a una de las mujeres de mi vida, hace más de cinco años, la misma que me recordó, y me recuerda, que los monstruos también mueren, una rubia guapísima y perseverante, enamorada de Sor Juana Inés de la Cruz y gracias a la cual he ampliado en mucho mi biblioteca porque siempre me regala libros y ninguna otra cosa más.

Conocí así, también, al hombre más influyente de mi vida, a pesar de que no le conozca -ni le vaya a conocer- la voz y los gestos, pero esa historia la he contado en otros lugares y muchas veces.

Internet es un mundo posible, pero real. Un mundo paralelo y muy pequeño, a pesar de la vastedad. Con sus reglas, desde luego. Algunas pueden transformarse en un problema: quizá me he perdido a alguien interesante por ello, pero no pierdo un minuto con alguien que hable lenguaje XAT o tenga faltas de ortografía. Lo que me asombra es la manera de llegar de quienes se quedan: hace años que no chateo y, sin embargo, a veces, los descubro por una duda, un mensaje en un foro, un blog al azar... y así se teje esta red tenue que le da todo el significado a La Red.

Por eso había dos personas a las que quise ver cuando el azar y el sexo me llevaron a Málaga: por el puro placer de reconocerlos y de saber que son como yo había pensado (mucho más interesantes en persona). Por eso tengo dos excusas para visitar Buenos Aires sin sentirme extraña: un hombre lindo que cumplió 45 hace muy, muy poco y una mujer sabia llena de preguntas que llegó naufragando hace siete años y que me regala rosas de Palermo para celebrar mi casa nueva. Por eso, en Barcelona, después de un lustro, cené con quien me lleva casi cuatro décadas para verle tan lúcido, tan divertido y tan generoso como cuando éramos sólo letras en un ordenador y dos voces telefónicas. Por eso echo de menos, también, a quien nunca se despide, aunque la culpa le roa, porque así no tiene la impresión de que se ha marchado del todo. Por eso comparto una entrevista y me dicen que les asombra mi voz dulce (qué clase de mujer seca y fría pareceré por aquí) y por eso supongo que algún día iré al Norte y que un año de estos podría planear un café en Cordura.

Al final sólo es eso. Como en la vida real. Sólo valen quienes se quedan.

domingo, 16 de marzo de 2008

Cuestionario Proust

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Sí. Me gusta responderlos. Quizá sea porque me gusta que me hagan preguntas. No sé. El caso es que tengo un montón de papeles con cuestionarios, larguísimos, que me rellenaban mis amigos cuando estaba en el instituto (luego una crece y deja de dar la vara con semejantes tonterías). Lo gracioso es que, depende de cuándo los hagas, las respuestas cambian radicalmente. Así que quizá lo retome dentro de un año, para ver en qué he mutado.



Cuestionario Proust. La verdad es que no sé si lo hizo Proust, pero ése es el nombre que le pusieron en Cine-Clásico y así se queda.

¿Cuál es para ti la mayor desgracia?. La muerte de quien amo. Las despedidas. Las desapariciones. Bueno, a mí se me acaba el mundo dos veces al mes...
¿Dónde te gustaría vivir?. En Sevilla. En Madrid. Con matices. Aunque también he descubierto que la ciudad en la que vivo los fines de semana es el mejor lugar del país para vivir: es barata, es pequeña, es manejable y están algunos de mis amigos.
¿Cuál es para ti la alegría terrenal más perfecta?. Un café con un amigo. Una buena cena. Una buena charla. Un rato de cama.
¿Qué fallo perdonas más fácilmente?. Todos, menos dos: el chantaje psicológico reiterado y la deslealtad. Otra cosa es que luego yo caiga en alguna de esas dos cosas. Que también, porque una es incoherente, a veces.
Tu héroe de ficción preferido. No tengo héroes. Tengo personajes de ficción favoritos. Akela, por ejemplo. Athos, por ejemplo. Sidney Carton, por ejemplo. O Tarod. O Aslan. O Meriadoc Brandigamo. Ahora que lo pienso, casi todos de literatura de ésa que llaman "fantástica".
Tu personaje histórico favorito. No encumbro a personas reales. Otra cosa es que haya mucha gente que me caiga bien.
Tu heroína real preferida. Léase la respuesta anterior. Con la dificultad de la invisibilidad de la mujer, que hay que tenerla en cuenta.
Tu heroína preferida de la literatura. Personaje, más bien: una loba que se llama Grimya. Y es que buscar una heroína en la literatura que no sea cursi, gilipollas o pasiva es una labor francamente difícil...
Tu pintor favorito. No puedo elegir uno. Pero por ahí andan Velázquez, Lucien Freud, Emile Nolde, Dalí, Van der Weyden, Goya, Van Gogh y muchos más.
Tu compositor preferido. Y dale... No podría decir los nombres de todos: entre otras cosas, porque ahora escucho más música clásica que nunca y estoy descubriendo a cientos de ellos.
¿Qué cualidad aprecias más en un hombre? La lealtad.
¿Qué cualidad aprecias más en una mujer? La lealtad. Y cierta clase de conciencia.
Tu virtud preferida. La lealtad.
Tu actividad preferida. Depende del momento: hablar, leer, escribir, trabajar, chatear (según con quién), escuchar música, viajar, ver el mar, ver piedras, pasear...
¿Quién o qué te hubiera gustado ser? Yo: conozco a las mejores personas del mundo.
La característica principal de tu carácter. La radicalidad. En sentido estricto. También soy cariñosa (más que cariñosa, una lapa: sin contacto físico no puedo vivir).
¿Qué aprecias más de tus amigos? Su inteligencia, su clarividencia, la manera en que me desnudan, su paciencia, su capacidad de hacerme reír, su forma de mirarme, los besos, los abrazos, las caricias...
Tu mayor fallo. Pedir lo que no voy a tener nunca. Y pedirlo, y pedirlo, y tirar de las cuerdas... Y soy desconfiada e irritable
Tu sueño de felicidad. Soy feliz ahora. No sueño con algo que ya tengo.
¿Qué te gustaría ser? Lo que (y quien) soy. Bueno, vale: sin problemas de peso. Y más mona y más lista.
Tu color favorito. Negro, azul, plata, burdeos, lila.
Tu flor favorita. La jara.
Tu pájaro favorito. Las gaviotas.
Tu escritor favorito. No tengo un escritor favorito: hay uno que me da envidia, sólo uno, que se llama Robert Louis Stevenson. Ni siquiera sé por qué me da envidia: a Virginia Woolf no le gustaba nada. Es decir, habrá cientos mejores que él. Y a algunos hasta los he leído. Pero él me da envidia. No me pasa con nadie más. Tampoco diría nunca que es mi escritor favorito: para eso ya está Dickens.
Tu poeta favorito. David Eloy Rodríguez, porque tiene la voz más bonita del mundo. ¿A que sí?
Tus héroes en la actualidad. Soy poco mitómana, la verdad.
Tus heroínas en la actualidad. Lo mismo que la respuesta anterior.
Tu nombre favorito. Mis nombres favoritos jamás se los pondría a nadie, porque suelen ser extranjeros... Logan, Itzhak, Locman.
¿Qué aborreces por encima de todo? Aborrecer, nada. Irritarme, muchas cosas.
¿Qué figuras históricas aborreces más? La historia es la historia, qué se le va a hacer. No creo que sea buena ni mala, sólo es historia.
¿Qué méritos militares aprecias más? Que me enseñen un museo normalmente cerrado a civiles y me hagan apreciar una buena leche de pantera.
¿Qué reforma admiras más? Las personales, las que te llevan al vértigo pero luego te recomponen.
¿Qué don natural te gustaría poseer? ¿Yo? Todos: no tengo ningún don natural.
¿Cómo te gustaría morir? Durmiendo, sin enterarme. Pero es que yo no quiero morirme, oye.
Tu actual estado de ánimo. El mismo de siempre: moderadamente feliz. Y con algo de sueñito.
Tu lema. No tengo de eso.

No sé qué regalarte

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Nos separan más de diez mil kilómetros y cuatro horas de diferencia, así que no puedo esconderme en él, que es lo que querría hacer hoy para felicitarle por sus 45 años de vida: darle un abrazo, invitarle a comer, abrir una botella de vino, visitar los viejos cafés de Buenos Aires, escuchar un tango, oírle hablar, mirarle a los ojos, sonreírle, apretarle el brazo, hacerle una caricia pequeñita, caminar a su lado para ver ciertos colores, encenderle un cigarro, paladear el silencio, dar un paseo de noche sin fijarnos en las calles, intentar que me enseñe a mirar a través de un objetivo, pedirle que me cuente, disfrutar de su presencia sin distancias.

Felicidades, niño.

martes, 11 de marzo de 2008

Federico Luppi

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Hablamos de España, de Argentina, de las dictaduras de Franco y de Videla, de lo anormal que es que no se detenga a ningún asesino, a ningún torturador, sólo porque formaban parte del aparato de Estado y se haga borrón y cuenta nueva (que no es tan nueva y sí más bien borrón). Y yo le escucho cada palabra y me la aprendo porque sé que hay una carga de razón histórica en lo que dice. Hablamos de teatro, del miedo escénico, de la inseguridad, del carácter estético del gusto, de que para los papeles de hombre viejo no necesita preparación, porque ya está en la vejez y la vive. Me cuenta que, para controlar el cuerpo, para pasar de persona a personaje, todos los actores del mundo han leído lo mismo desde Stanislavski. Que, cuando se trabaja con amigos, uno pierde el pudor a decir "esto que estás haciendo es una porquería" y de que los jóvenes irrumpen con fuerza porque se cuestionan que las cosas sean así porque sí y que la capacidad de fabular, de contar cuentos, de inventar historias, es la que nos mantiene vivos. El reservorio de la resistencia y la utopía.

El actor no es el personaje, pero tiene algo de todos ellos. Del Carlos Bonifatti bronco de Plata Dulce; de Fernando Robles, el profesor de literatura de Lugares comunes; del discurso sobre la Argentina que recita Martín Echenique en Martín (Hache) o del tipo honesto y serio, que enarbola su actitud y sus ideas como cuando fue Mario Dominicci en Un lugar en el mundo. El actor no es el personaje, pero llevo -llevamos todos- muchos años escuchando su voz y su acento y construyéndonos otra persona con lo que sabemos que dice. La fuerza del cine logra cosas como ésta: que te caiga bien alguien a quien nunca antes has conocido, al que posiblemente no conocerás nunca, sólo porque lo identificas con los papeles que les has visto hacer durante más de cuarenta años. Y, para mí, que no soy mitómana, pero que tengo mis simpatías, estas dos últimas jornadas -primero Antonio Gamoneda, ayer; hoy, Federico Luppi- han sido un regalo.

Antonio Gamoneda

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Cierra los ojos cuando habla, pero tiene una voz hermosa y potente. Aprendió a leer con un poemario de su padre, que también se llamaba Antonio Gamoneda, y le gustaba caminar hasta que un día le atropelló un coche y ahora tiene que pararse cada quinientos metros. Me nombra dos o tres veces a uno de mis favoritos, San Juan de la Cruz, mis versos de paseo de alma plena, de extrañamiento, de lo desconocido. Me resume la historia de la poesía en tres minutos, el paso del lenguaje informativo a la lengua que busca y que encuentra hasta lo que no puede ser hallado. Y abomina de la experiencia, que ya está en internet y los periódicos, para centrarse en lo que no se sabe hasta que se descubre. En lo que no hace falta explicar. En lo que no precisa de sentido alguno.

Hay una simplicidad coherente en sus palabras. El poema dice lo que dice y no quiere decir más de lo que dice, o de lo que nos dice a quienes le leemos. Hay, también, una pasión sosegada y me lo imagino entre los bosques, como a Thoreau, a Savage o a Claudio Rodríguez, permitiendo que el silencio le traiga a uno palabras que nunca antes se habían dicho de esa manera, un paso y otro paso, el ritmo, la cadencia, el folio en blanco que se empreña, la revelación científica por sinapsis neuronal, el papel en el bolsillo por si surge la idea. Estaba sentado a mi lado y yo lo imaginaba caminando, escribiendo en un autobús o en un avión, mirando el cielo, subiéndose el cuello del abrigo, colocando un punto o una coma, buscando a su nieta en la que vive, sintiendo el frío de León en los huesos.

A veces creo que hago entrevistas -que las odio- para poder llevarme al coleto estos momentos. Para poder decir que estuve hablando, siquiera unos minutos, con Alicia Hermida, Calixto Bieito, Cecilia Figaredo, Ángel Campos, Belén Gopegui, Olvido García Valdés, Ada Salas, Tomás Segovia o Basilio Sánchez. Para llevarme el recuerdo, o la escritura, que son lo mismo, los ratos de después, lo que aprendí, lo que me hicieron descubrir o mejorar. Una pura y dura cuestión de ego, en sentido estricto. No tanto para contarlo como para sentir y buscar y arañar siquiera un poco de la sabiduría de mis interlocutores, para notar ese orgasmo que me llega cuatro de cada cinco días en los que trabajo, para darle vueltas a sus palabras, como ahora se las doy a lo que me ha contado de sí Antonio Gamoneda. Como se las daré después a lo que me digan otros.

Porque la verdad es que no sé si a alguien le interesa un mínimo de lo que hago, o si estoy dando una voz en el desierto, entre una noticia y otra, un discurso político y otro, una u otra protesta. No lo sé y me lo planteo más veces de lo que me gustaría: si esto valdrá para algo, si se podría hacer mejor o si lo haría mejor alguien que no fuera tan joven y tuviera más formación a las espaldas, o si el camino y los temas y la forma de abordarlos son los correctos y todas esas dudas, en fin, que nos asaltan a los inseguros irredentos a cada paso que damos.

Aunque luego llegan momentos como éste y me digo: qué demonios.

Con lo bien que me lo estoy pasando.

Imagenprimera de Claudio Álvarez.
De la imagen segunda desconozco el autor.

lunes, 10 de marzo de 2008

Felicidad

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Hoy he compartido a solas veinte minutos con este señor:


Cuando he acabado, he llamado a dos amigas, para contarles el descubrimiento (el de la persona, no el de los versos) con una sonrisa tontísima en la cara.


Pero este lunes me deparaba otra cosa. A las cinco y media de la tarde, me ha llamado por teléfono este otro señor:


Federico Luppi.

Y, después de colgar, me he puesto a dar botes y más botes y a gritar en mi trabajo. Como una niña chica, oigan.

Feliz.

Ya os cuento.

viernes, 7 de marzo de 2008

Espejos

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No sé en qué espejos me miro. Hace un tiempo, en lo que no quería ser sin saber cómo quería ser del todo. Pasé ocho años (desde los trece) modelándome, la escritura como terapia, hasta que descubrí que se habían esfumado algunos de los miedos que creí perennes. El miedo a hablar, sobre todo. Y no me reconocía y me entró vértigo y dejé de analizar lo que soy y dejé de hacerme sangre.

Quizá ya no hiciera falta, porque en ese tiempo aprendí a mirarme con los ojos de otros y a pensar que era cierto lo que veían. Que no había hipocresía ni engaño en los halagos, ni adulación innecesaria en las palabras o los gestos. Esa imagen me gusta: no es lo que soy, o no del todo, pero es lo que ven quienes me quieren, que siempre será bastante más benévolo de lo que yo vea de mí.

Nunca he tenido demasiadas referencias. No pude identificarme con nadie, ni por parecido. Más bien, rechacé las diferencias, porque no me convencen: no son lo que yo debería ser. Y no por falta de deseo: quizá no hubiera estado mal adoptar ciertos roles: me hubiera sentido menos rara, ciertamente. Pero eso ya no tiene remedio. Ni razón, siquiera.

Ahora me miro en las vidas ajenas: tan construidas, tan hechas, que también siento vértigo. No he pensado nunca a largo plazo: sabía que no iba a vivir en las ciudades que quise y me dio igual estar en otro lugar. No puedo imaginarme dentro de cinco años, aunque firmaría por estar haciendo lo mismo que ahora. Sólo por estar haciéndolo: no sé si por ser la misma y con las mismas circunstancias. Y querría, por supuesto, más libertad y controlar mejor mi tiempo. Pero he aprendido a estar conforme.

Aunque me mire y no sepa qué veo y me coman las contradicciones y me compare y eche de menos lo que nunca he tenido.

La imagen es un cuadro de René Magritte.

jueves, 6 de marzo de 2008

La vida y tú

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Al final pasaré por todas las fases de la pena. El cansancio primero (hasta aquí llegué); la creencia de que podría seguir un poco más; volver a intentarlo sin recibir respuesta; el maltrato a ratos ("no juzgarías a otra persona tan duramente de estar en tu lugar": me lo dijo una amiga hace años y no ha cambiado nada); el llanto pequeñito; la añoranza; destruir la imagen; pensar en lo que fue y lo que pudo haber sido. Quizá olvidar, más tarde.

Mantengo, como todos, tres o cuatro vidas paralelas que intento conjugar sin ser del todo consciente del esfuerzo que supone. Soy hija, hermana, amiga, compañera, receptáculo de algún odio, amante, fabuladora. Soy la que homologa los días con un abrazo, la que se lleva a fumar a quienes no fuman, la que se ríe en los desayunos, la que se cabrea en dos minutos, la que disfruta orgásmicamente de su trabajo a diario y la que echa de menos a una persona que compartió todo eso.

Me siguen faltando las horas, aunque los días (individualmente) se me hagan largos; aunque los fines de semana sienta que me voy de vacaciones; aunque no vea en años a quienes querría ver e intente arreglar los minutos, colocarlos donde bien me vengan, restando lo que puedo: ahora trabajo, ahora gimnasio, ahora como, ahora trabajo, ahora compro, ahora limpio y me depilo y pongo lavadoras y hago un puré de verduras y escribo y leo y duermo y me levanto y me ducho y trabajo.

No sé cómo hacerlo. No sé cómo no creerme que soy una autómata que hace lo mismo todos los días, de lunes a viernes, y a la que se le escapan el sábado y el domingo sin saber dónde ha puesto el descanso. Tampoco sé cómo unir todas las parcelas de mi vida de una manera coherente y más dadivosa: lo que se ve desde fuera y lo que sé yo por dentro.

Nadie lo notará, porque lo que no se cuenta no existe.

Aunque compruebe que la segunda vez es mejor. Que la primera lo arrasó todo y después -la madurez, las armaduras- el daño es mucho menor, por mucho que sepas que te han partido por la mitad y que tardas poco -tardan poco, ellas- en recoger los pedazos.

Lo que no se cuenta no existe. Pero existe, porque lo estoy contando.

Que te echo de menos.

Que voy a tardar mucho en dejar de echarte de menos.

Es lo malo de tener buena memoria.


sábado, 1 de marzo de 2008

El mal menor y la niña de Rajoy

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Hoy he votado.


También he conducido desde una ciudad a otra por primera vez casi setenta kilómetros, con mi madre y una amiga (mi madre blanca de miedo, por supuesto) para ir a ver mi casa nueva y he comido en otro país para celebrar el cumpleaños de otra amiga y he ido a la dietista y he perdido casi otro kilo y me han comprado ocho copas para vino y un frutero y un macetero pequeño en el que no cabe mi cactus y he visto a dos amigos que hacía tiempo que no veía...

Pero hoy he votado.

En alguna ocasión me he quedado parada delante de la urna, cerrando los ojos -diosmíodiosmíodiosmíodiosmío- porque tenía la desgracia de conocer a los dos candidatos de este bipartidismo de facto que existe en mi país. No he podido votar siempre. Hoy, sí: no al más idóneo (ése no existe), sino al mal menor. Para variar. Tampoco pasa nada: una está acostumbrada a ver a políticos en la tele, o en otras partes, y a que se le caiga la cara de vergüenza: lo que ocurre en todas las ocasiones deja de doler. Y también ha interiorizado aquello del voto útil y lo de ejercer un derecho, así que hoy me he plantado en Correos completamente convencida de que hacía lo más correcto. No lo mejor: sólo lo más correcto. Si lo pensamos fríamente, al final no es más que una desgracia como otra cualquiera... Pero yo quería hablar de otra cosa. También.

El lunes pasado, me obligaron a ver un debate. Llamarlo debate, en fin, es ser generosa hasta el descaro y lo mejor, lo más divertido, fue cierto discurso sobre una niña que se marcó uno de los dos candidatos (el que se sentaba a la derecha) y que a mí me hizo abrir la boca más que a Sebastian, el cangrejo de La Sirenita de Disney... Pensaba que eso había sido lo mejor -el discurso fue francamente risible-, pero comencé a leer en internet las réplicas de los que se supone que se sientan a la izquierda y se me revolvieron las tripas.

Seamos francos. La réplica que circula por internet y que se ha mandado de correo en correo la ha escrito un hombre. Por eso no aparece por ninguna parte que, si la niña crece, podrá llegar a ser presidenta del Gobierno, se dinamitarán los techos de cristal, no tendrá que sufrir la ignorancia a la que se somete a toda mujer por el hecho de ser mujer, cobrará lo mismo que sus compañeros hombres cuando desempeñe el mismo trabajo (porque podrá desempeñar el mismo trabajo), no verá cómo a ellos se les otorgan pluses y más pluses por el hecho de ser hombres, no se menoscabará su autoridad, no se le harán bromas sobre el largo de su falda y ningún político, en ninguna rueda de prensa, la llamará "bonita".

Cuando alguien pone de ejemplo a una niña, generalmente me sale un sarpullido, se me encoge el corazón o me muero de miedo directamente (estoy hasta salva sea la parte de paternalismos). Pero que se intente replicar un discurso político que tiene como protagonista a una niña "que será madura y responsable" -¡!- y la única línea de la réplica que se refiere al hecho de ser mujer hable, por supuesto, del aborto me parece hasta peligroso. Y digo por supuesto porque de qué otra cosa se puede hablar: es lo único que tiene visos de ser sexual y de quitarle problemas de encima al futuro padre de la criatura, que será varón siempre y en todos los casos, porque nadie se somete a una fecundación si no desea ser madre.

También lo sé. No lo asumo, pero lo sé. El machismo se interioriza. Lo sé. Vale. Lo veo todos los días. Pero cada vez que ocurre alguna cosa como ésta y hago la única lectura que puedo hacer de los hechos, recuerdo a cierto tipo preguntándome: "Oye, tú no serás lesbiana o feminista, ¿verdad?".